Tenía que entrevistar
a alguien a quien pudiera exasperar a propósito. Tenía que buscar a alguna
persona a la cual poder confrontar. Tenía que hacerlo y no lo hice en la
primera semana porque no se me ocurría alguien demasiado relevante para
alterar. Esperé hasta la segunda semana. Se me ocurrió una monja, una monja de
mi colegio. Sí, si a alguien tenía ganas
de decirle muchas cosas era una de esas monjas que nos reprimían tanto. Mi
primera y única opción se llamaba Maritza, una monja que trabajaba en mi colegio
en el área de no me acuerdo qué, una monja chilena que sudaba mucho y prohibía
demasiado y a pesar que quería parecer divertida, no lo era.
Así que como una
buena y novel "procastinadora", esperé dos días antes de la fecha de
entrega y me mentalicé ni bien abrí los ojos esa mañana que iba a volver,
después de 3 años, a mi colegio. No quería. Intentaba retrasar todo demorándome
mientras me cambiaba, mientras tomaba desayuno, etc. Además, me sentía en
falta: había prometido no regresar nunca, había tachado en mi agenda de colegio
todos los días que faltaban para terminar el año desde el primer día de clases
de quinto, había deseado acabar la secundaria muchas veces, había dicho con
mucha soberbia que odiaba ir al colegio, que no me gustaba, que ya no aguantaba
más.
10:00 am. Con el rabo
entre las patas, con el hocico partido, con mi mirada tan tierna y con una
bufanda muy bonita color azul, empecé a caminar por la Av. Los quechuas. Hice
la ruta que desde hace 3 años no hacía. Recordé algunas cosas, no demasiadas.
Recordé salir de mi casa con el pelo mojado, los ganchos, la horrible chompa
azul, el celular en el bolsillo, mi mochila verde agua. Así, con la ruta de
memoria, a pesar de todo, llegué a la puerta del "Nuestra Sra. De la
Esperanza". El "Nuestra" para cualquier salamanquino que se
respete. Encontré al vigilante de siempre: "Duque" y pregunté si
había atención. Me dice que sí. Pregunto, entonces, por la hermana Maritza.
Error. Me miro con
desconcierto. Me dice: ¿Maritza? Ya no está acá. Me sentí terriblemente vieja.
Después dejé la superficialidad y caí en cuenta que no tenía entrevistada. Me
paré en seco, miré a los costados y se me ocurrió una idea que me dio miedo,
pero que tenía que probar: ¿está la Hna. Nuria? La hermana Nuria es la directora
del colegio. Sí, ella sí esta, me responde. Entro a las oficinas donde entran
todos los padres que quieren consultar por sus hijos. Me volví a sentir vieja.
La secretaria, Soledad, me atendió. Le dije de qué se trataba. Me pidió mi
nombre y mi año de egreso.
-Lucia Solis. 2009.
Me pidió que espere
un momento. Luego de 10 minutos, me dijo que entre, que toque la puerta de la
dirección y que la Hna. me iba a atender. Y eso hice. Entré por las rejas por
las que sólo los profesores y los padres entraban y me estremecí: vi el patio,
vi la banca donde mis amigas y yo nos sentábamos, sentí ese viento. Y bueno,
toqué la puerta y entré. Me saludó con una gran sonrisa, me abrazó, me preguntó
cómo estaba y después de unos segundos de vacilar, EMOCIONADA, le respondí.
Me trató muy bien
desde el principio, me miró con cara de reconocimiento, sabía quien era yo,
tenía ese mismo brillo en los ojos que desde hace 3 años no veía. ¿Cómo diablos
voy a exasperarla si sólo me produce ternura?, pensé. No, basta, act
professional, Lucia. Y así empecé. Le pregunté algunas cosas que tenían un
propósito escondido: buscar contradicciones, cuestionar sobre Dios, de otro
modo, decirle algunas cosas que tenía guardadas en mis 5 años de observación y
adhesión a ese colegio.
La confronté, se
alteró, me miró con desconfianza, dudó, tartamudeó. Sin embargo, en una
pregunta me respondió con la fortaleza y seguridad de un roble, con un temple
extraordinario y, sin querer, me hizo una revelación, "vi la luz",
como dicen, entendí algo.
Cuando me dijo que no
tuvo un momento exacto en el que se diera cuenta que quería ser monja, que
simplemente absorbió la palabra de Dios hasta enamorarse de él, me "cayó
la ficha". Entendí sobre Dios, entendí sobre ella, entendí sobre mí. La
devoción auténtica, no el fanatismo religioso, es como estar enamorado. No te
lo explicas, hay cosas que jamás podrás comprender, sensaciones que son solo
tuyas. Eres leal a alguien a quien jamás has visto, crees en sus palabras
aunque no te habló directamente a ti. Eso es amor, fe en tus sentimientos,
trascendencia. Entendí que no debo juzgar a alguien que cree de una manera tan
genuina porque no hay razón que pueda explicarlo, no hay experimento ni leyes
físicas que puedan hacerlo. Tal como el amor, como estar enamorados. Es así. Su
respuesta me hizo explicarme a mí y definirme, sobre todo para mi familia que
me cree atea y hereje, como alguien que sí cree en Dios. Sí, creo en Dios. Tal
vez no en el mismo que ustedes. Creo en un Dios de amor, de fortaleza, creo en
un Dios terrenal y divino solamente en su trascendencia y en su legado. Creo en
un Dios humano, que se enamoró, que sintió, que sufrió, que dudó, que tuvo
miedo, que fue un hombre. Pero no creo en ese que te prohíbe todo, que te
amenaza y paraliza con el miedo, que está crucificado y sufre por mí, no, si
sufrió fue por el, porque sangró en vida y tuvo dolor, como cualquiera, como
nosotros.
Toda esa respuesta me
descolocó y cuando terminó la entrevista, después de un largo y sincero abrazo,
la Hna. Nuria me invitó a recorrer y pasear por mi colegio, casi como una
turista. Le pedí que me dejara hacerlo
sola. Lo necesitaba. Salí de su oficina como renovada, salí con una sensación
de tranquilidad y paz alucinante. Y sentí ese viento que siempre había en el
pasadizo de la dirección.
Lo primero que hice
fue caminar hacia la placa de mi promoción. Me quedé viéndola varios minutos. Estaba
a punto de mover mis ojos de ahí y de pronto:
-¡Amárrese el pelo,
Srta.!
Volteo y la veo a
ella, Florinda (enfermera, preceptora, cuidadora, todo) mirándome con una
sonrisa enorme. Me reí y me acerqué, nos abrazamos. Le dije que me merecía lo
peor por ser tan ingrata, que era lo máximo estar frente a ella con el pelo
suelto sin temor a que me grite de verdad. Hablamos por un rato y después me
pidió que siga caminando. Vi el nuevo patio, el nuevo tópico, oficinas nuevas,
me acerqué con un poco de miedo a la sala de profesores y vi a algunos. Me
miraron todos con sonrisas emotivas, sentí ganas de llorar. Una sonrisa de
Beltrán, el que por piedad, bondad, pena o lo que sea que haya sido jamás me
jaló en matemática. Una sonrisa de Raquel, la profesora más misteriosa que
jamás haya tenido y, creo, la más parecida a mí. Una sonrisa de Pepe, una
sonrisa a pesar de todo lo que le ha pasado, una sonrisa después de 3 años, el
profesor que puede hacer que te hagas pis encima sólo con una mirada
desafiante. Por último, una sonrisa de mi adorado Pancho, mi tutor, el hombre
que aguantó tanto, que nos soportó demasiado, que siempre estuvo ahí.
Me alejé de la sala
de profesores y vi directamente hacía mi salón. No, no mi salón de 5to, sino a
uno que significo mucho más para mí: mi salón de 4to. El 4to B. Momentos muy
felices se vivieron en ese salón. Fui feliz en ese lugar. Y sólo observando
desde abajo me di cuenta que ningún pensamiento anterior, ni ninguna promesa
valía la pena tanto como la nostalgia y la alegría que sentí al recordar. Me
arrepentí en el alma de mis palabras. Si alguna época de mi vida quisiera
volver a pasar y si me lo permitieran, sería unas horas de clase ahí, con todo
mis compañeros, todos. Quisiera una clase, después del recreo, cuando todos
llegábamos cansados y tan solo las bromas podían hacernos resistir las horas
que faltaban. Quisiera jugar cubo mágico con mis amigos de nuevo, quisiera
escuchar las bromas de los mismos de siempre, el llanto de las mismas de
siempre, los problemas que hacían detener las clases y, sobre todo, planear
alguna que otra reunión-fiesta en aquel "local". Si alguno de mis
compañeros está leyendo esto, sabrá a qué me refiero.
Tiene razón, Sabina,
en una letra suya. "Al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de
volver". Se llega y listo, se llega sin saberlo. Unas semanas antes, jamás
hubiera pensado en volver, no hubiera dudado un segundo en reafirmar que no
reviviría otra vez mis épocas de colegio. Pero llegué sin demasiado plan y, en
estos momentos, la recuerdo y sólo puedo sonreír, la recuerdo y añoro, sé que
fui feliz, tal como en una clase de tutoría en el 4to B, tal como amar a Dios
por sobre todas las cosas para algunos, tal como amar como yo lo he hecho y lo
sigo haciendo, como ese sentimiento de frescura, de satisfacción cuando se esta
enamorado de alguien, de algo, de lo que sea, como ese misma sensación que tuve
ni bien atravesé las puertas del "Nuestra".
''Buscando en el baúl de los recuerdos,
me vi desafilando una mentira,
me vi en un mano a mano con el tiempo,
¿qué queda por delante todavía? ''
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