Siempre me he sentido
orgullosa de decir que soy noctámbula. Pero no ''bohemiamente'' hablando. Es
decir, me gusta la noche: me gusta quedarme despierta sin poder dormir y ver
cómo es que amanece y el cambio de colores en el cielo.
Pero a veces no todo es tan
rutinario como eso y pasan cosas que no esperas, pasan cosas que no te gustan y
que no esperas.
Estaba yo echada en la
cama en el cuarto de mis papás viendo videos de Pimpinela, deseando apellidarme
''Galán'' por 5 minutos y el teléfono de mi casa sonó. Mi mamá, que estaba
echada a mi lado, contesto y un gesto que se me hacía familiar apareció. Casi
adivinaba lo que estaba pasando: mi abuela estaba mal.
Mi padrino me ha dicho
muchas veces que debemos acostumbrarnos a esto porque claro, ella no tiene 30
años. Pero la verdad es que nunca podré estar tranquila si sé que algo, lo
que sea, le duele, le incomoda, le molesta o la tiene
pensando demasiado. Eso. Porque ella piensa mucho, igual que yo, y se preocupa.
Su mente, como la mía, es tan fuerte que su físico se afecta.
Entonces mi mamá se pone nerviosa, intenta calmarse pero no lo consigue,
le dice a mi papá que la tienen que llevar a la clínica. Me ofrezco a
acompañarla.
Salimos hasta su casa y
ahí esta ella: adormecida en su cama por las pastillas, con un temple
extraordinario y tratando de convencernos a todos de que esta perfecta, que no
nos preocupemos. Lo último que hacemos es hacerle caso porque la amamos.
Finalmente, la llevamos a la clínica.
Llegamos y la dirigen
inmediatamente a Emergencias donde están una chica que, según mi propio
criterio y diagnóstico podía estar a punto de ser operada del apéndice y un
hombre con un fuerte dolor de cadera. A ella la echan y es
momento de ponerle suero. Las agujas siempre me han dado miedo e intento no mirar.
Pero unos segundos después la curiosidad me vence y acerco un poco la mirada.
Veo como mi abuela sufre de dolor porque no pueden encontrarle la vena y sólo
ver su cara me hace llorar. No puedo imaginar que algo, por pequeño que sea,
pueda herirla. No lo tolero.
Salgo del cuarto y voy donde mi padrino, que está sentado porque aunque
no le guste que lo diga, es más cobarde que yo. O tal vez tan sensible como yo
y no puede siquiera acercarse.
Regreso a Emergencias. Veo a mi abuela más adormecida, con el semblante
cansado, con sueño y me da rabia. Me da rabia que cualquier persona la vea así
y no la vea feliz, sonriente, bailarina y buena onda como es siempre. Es como
si fuera otra persona y no me gusta. No es ella.
Después de estar en la
clínica unas 3 horas, nos dicen que podemos regresar a casa. La arropamos bien
y la subimos al auto. Tranquilidad y un poco de risas mientras escuchamos Radio
Mágica y mi mamá se duerme en el hombro de su madre.
Cuando llegamos, es mi
abuelo, Tuto, quien abre la puerta y confirmo algo: él está absolutamente
enamorado de ella, la ama y jamás podrá vivir sin ella. A pesar de esa
apariencia tan rígida, dura y tan ''Tuto'', es más dulce que un kiwi si ella se
pone mal.
La dejamos y nos vamos.
Camino a mi casa pienso: qué suerte tenemos de poder llevar a mi abuela a una
clínica con todas las comodidades y qué injustas pueden ser otras situaciones
en las que tal vez una señora de la edad o mayor que mi abuela, está rogando
ser aunque sea puesta en el piso de un hospital del Estado.
Pienso en eso y se me
revuelve el estómago. Pienso que con mi abuela, como con todos los ancianos, la
vida es cuestión de segundos, de decisiones rápidas, de determinación, que un
dolor de brazo puede significar, unos minutos más tarde, menos aire en el mundo,
que son tan frágiles ahora como lo seremos todos después,
Pienso que todos y más
aún ellos, mi abuela y sus ''colegas'' merecen que un hospital, un servicio público,
privado o lo que sea se haga de la mejor manera, merecen un gesto, una sonrisa,
una atención digna. Merecen el trato más inmaculado y prolijo porque están, tal
vez por estadística, un poquito más cerca al cielo, pero sin dejar, por
supuesto, de ser humanos, de ser personas con derechos con la única desventaja
de la experiencia y los pasos lentos.
''Caminante, son tus huellas el camino''
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''Detrás está la gente''