Siempre
pensé que el festival de Viña del Mar resumía perfectamente lo que eran los
chilenos: atorrantes, mala gente, alucinados y con un acento muy peculiar y contagiaste.
Mi lado "opinólogo" falló, como suele pasar, y una vez salí del Aeropuerto SCL de Santiago me
di cuenta que todo, salvo lo último (aquel tema del acento), era mentira. Al
menos a mi percepción. Como siempre, todo es debatible.
Lo
primero que noté al salir del Aeropuerto fue la gran cantidad de árboles y
campos verdes a su alrededor, cosas que son bonitas de ver en el camino al
centro de la ciudad. Todo ello, a diferencia del Aeropuerto de Lima, en donde a
solo unos pasos del verdadero suelo peruano vemos ya el concreto, el caos de la
urbe y no pienso que esté mal porque creo que eso es lo que nos define como
ciudad: el necesitar todo rápido. ¿Por qué buscaríamos campos y viñas si la
celeridad es lo que los limeños queremos? Primera gran diferencia.
Mientras
escribo estoy voy dándome cuenta que este texto es una potencial comparación
inevitable entre ambas ciudades: Lima y Santiago. Creo que ya hay demasiada
polémica sobre este tema para que yo, desde este humildísimo espacio,
contribuya más a ello. Mi experiencia fue en Chile. Y si empiezan las
comparaciones sin siquiera ser nombradas, es tal vez porque ellos andan
haciendo bien algo que nosotros no o viceversa.
Cuando
estaba en la camioneta camino a mi hotel empecé a ver las calles de Santiago.
Era viernes pero parecía domingo. O sea, ese día tenía aspecto de domingo,
ustedes saben a qué me refiero. Había sol pero no se sentía calor y la gente estaba
muy abrigada. Aquí habría que hacer una aclaración o más bien un contraste,
había pocas personas caminando y muchas en bicicleta. A cualquier lugar donde
volteaba había una ciclo vía con mínimo 5 personas en bicicleta. Fue una linda
postal teniendo en cuenta lo desoladas que lucían las pistas pues según
Rodrigo, el guía, unos 500 000 vehículos habían buscado verano, playa y arena en
Viña del Mar por la Semana Santa.
Era
de noche y el destino fijo a visitar se vaya donde se vaya, es la Plaza de Armas.
Yo imaginé algo mejor. Pero la plaza de Santiago es bastante simple, es chica y
no hay mucha gente. Pero la Catedral, ubicada ahí mismo, es otra cosa. Es más,
la agregaré a la lista de "sitios donde probablemente me casaré".
Volviendo a pisar o leer realidad, puedo hablar sobre la cantidad de peruanos
sentados al lado de la iglesia en una especie de relieve sobre la pared. Ahí,
exactamente al frente de casas de cambio de dinero, estaban mis compatriotas.
Creo que es fácil reconocer alguien que es como tú. Creo que es, incluso más
fácil reconocerlo en otro lugar. Podía
voltear y ver mi país. Como Dios, estamos en todos lados y con una de las
mejores cosas que tenemos: la comida. Así como en el Jirón de la Unión hay que
levantar un poco la cabeza para encontrar un sex shop en el segundo piso de las
galerías, en Santiago había que alzar un poco la mirada para ver un letrero que
llama diciendo "Auténtica comida peruana". En vista de la casi
inexistente venta de comida típica chilena en Semana Santa en pleno Santiago,
entré a "Ají Seco", un exitoso restaurante de comida peruana. El
resultado: un vuelo de regreso rápido, directo y sin escalas de tan solo 3
segundos a Lima. O sea, lo que me tomo atravesar la puerta.
El
sábado en la mañana empezó con el cambio de guardia en el Palacio de la Moneda.
Confieso que fue de lo que más me gustó. Ese espectáculo se prepara desde
cuadras antes de la casa de gobierno con la llegada de una banda completa,
caballos y muchos carabineros. Ahí me di cuenta que los chilenos tienen cara de
chilenos, uno lo nota. ¿Se me entiende? La siguiente parada fue el cerro Santa
Lucía, el último lugar donde los indios mapuches se atrincheraron en contra de
los españoles, un mirador en el que puedes tener Santiago a tus pies. Magistral.
Eso
fue lo interesante del tour. Lo espectacular lo descubrí sin necesidad de un
guía y todo gracias a la búsqueda incesante de un adaptador de corriente.
Caminar por Santiago es lindo, las personas son amables y jamás te miran mal.
Ese día era sábado y había una marcha por el respeto a la comunidad gay en el
Parque Forestal frente al Mercado Central (tal como imaginan el de Lima). Debo
decir que jamás encontré el adaptador pero sí hallé otras nuevas cosas:
librerías-café y bebés, muchos bebés. Creo que hay una epidemia.
Entonces
llegó la noche. Por fin. Después de comer en el mall Parque Arauco (donde
Gastón Acurio tiene 2 restaurantes totalmente llenos, yo digo: Gastó está loco)
no podía dejar de mover los pies aceleradamente porque quería conocer qué de
bueno traía la movida nocturna en ese país casi enemigo. Bellavista fue la
parada que la mesera peruana del restaurante donde estaba me recomendó. Y así
fue y fui. Bellavista es una calle de dos sentidos atestada de pubs, discotecas
y bares donde puedes bailar reggaetón, escuchar una banda de rock en vivo o
simplemente sentarte a esperar al indicado, creo. Yo sólo me detuve en dos
lugares: un pub con concierto y una reggae-discoteca. En el primero tomé pisco
sour chileno y escuché canciones de rock chileno, muy turístico. En el segundo
lugar bailé reggae, un jamaiquino me sacó a bailar, lo rechacé y salí bajo la
atenta mirada del vigilante que me había detenido unos 5 minutos mientras yo le
explicaba que era mayor, que era extranjera y que podía enseñarle mi DNI
peruano en ese preciso momento.
Así
fueron terminando mis días en Santiago. Los disfruté. Es una ciudad que me
gustó desde que pisé fuera del aeropuerto y que recomiendo al cien por cien.
Todos los prejuicios que tenía sobre los chilenos, al menos con esta
experiencia y bajo mi propia vista, desaparecieron. ¡Gracias, Viña!
Como
disculpas a mi ignorancia con respecto a este país, estas son las formas en que
me calló la boca.
1. La
amabilidad de la gente de Santiago me impresionó. No había una sola persona a
la que le preguntará algo, lo que sea, cualquier cosa, y me respondiera mal.
Todos parecían dispuestos a ayudar.
2. Absoluto
respeto por los peruanos que los respetan. Cada persona a la que decía ser
peruana, respondía preguntando sobre el país y diciendo lo lindo que era.
Claro, si un chileno viene a Lima y hace desastres todos lo crucificamos.
Imaginen al revés. El respeto es un boomerang eterno.
3. Las
chilenas me parecieron chicas muy lindas físicamente, igual que los chicos.
4. Contar
dinero chileno fue una de las cosas más difíciles. Sólo diciendo que con 1000
pesos no se hace nada, espero que me entiendan.
5. Las
tapas rojas de las botellas de agua quieren decir SIN GAS; las azules, CON GAS.
6. El
pisco sour chileno me gustó a pesar que su más importante componente es 100%
peruano. Lo hacen a su estilo. ¿Es lo que acabo de comentar considerado
traición a la patria?
7. Y
diciendo algo un poco más importante, Chile por completo debe ser un país
hermoso, seguramente. Pero Santiago es bellísimo.
"¡Qué
vivan los estudiantes, jardín de nuestra alegría
Son aves que no se asustan de animal ni policía
Y no le asustan las balas ni el ladrar de la jauría
Caramba y zamba la cosa, qué viva la astronomía!"
Son aves que no se asustan de animal ni policía
Y no le asustan las balas ni el ladrar de la jauría
Caramba y zamba la cosa, qué viva la astronomía!"
"Antes que yo me
vaya desvaneciendo
te iré diciendo cómo es el mundo que se
ha creado por remolinos enamorados"
te iré diciendo cómo es el mundo que se
ha creado por remolinos enamorados"
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