Los sucesos contados a
continuación tuvieron lugar hace ya algunos meses. Así que para quienes se asusten o preocupen
por la inestabilidad emocional de Laura, decirles: Tranquilos, ella está bien
ahora. Pero alguna vez estuvo así, en desequilibrio, y pasó esto:
No en el primer local sino en
el segundo: La Posada del Ángel de Pedro de Osma. Ese lugar era como un
escondite para ellos. Y su conversación necesitaba un refugio y dos copas de
vino. No llegaron juntos por prevención casi anti sísmica. Qué exagerado. Pero
iban a encontrarse en un lugar público. Qué ironía. Ella llegó primero. Se
sentó en uno de esos sofás para dos con una mesita en frente. «Si me va a
gritar como la última vez mejor que sea cerca» pensó Laura. Además, claro,
quería analizar mejor sus ojos claros. Un chico se acercó a tomarle la orden
pero ella dijo que estaba esperando a alguien. Fue casi cinematográfico, sólo
faltaba el cigarro. Pero Laura no fuma, jamás lo ha hecho.
Él llegó y la vio sentada. Se
sonrieron. Él se acercó y puso su saco a un costado. Se sentó junto a ella, se
acomodó el pelo, dio un suspiro y le preguntó:
-¿Has pedido algo?
-Nada –respondió Laura negando con la cabeza.
-Nada –respondió Laura negando con la cabeza.
Seguro como siempre, volteó
para llamar al chico y le pidió un vino argentino. Vino. Esta vez tomaron desde
la primera palabra, por eso la conversación aflojó más. Se trataba más o menos
de una actualización de respuestas a los cada vez más clásicos: ¿Cómo sigues?,
¿Te has puesto mal últimamente?, ¿Qué es lo que piensas en estos días? Ella
respondió la verdad. Es imposible mentirle a esa mirada tan inquisidora. Vino.
Respuesta. Pregunta. Vino. Respuesta. Vino. Vino. Pregunta. Respuesta. Vino.
Laura ya estaba cansada de hablar del mismo tema. No sabía si lo había superado
pero estaba segura que para esa noche, era suficiente. Él hablaba. Ella miraba
su pelo que brillaba con la lámpara y los vitrales que tenía al lado. Laura no
lo escuchaba pero miraba sus cejas, su nariz, sus mejillas, su mentón, el saco
del costado, sus brazos, su camisa y las manos con que se acomoda las
mangas. «La mente… no sabes lo poderosa
que es» decía. Laura mira sus ojos otra vez:
-¿Me besas?
-Sí, claro –respondió él.
-Sí, claro –respondió él.
Y ya. Al instante, tomaron más
vino sin dejar de mirarse. Tras ese sorbo, a Laura la empezó a atormentar un
absurdo sentimiento de culpa por lo que había pasado. Se sintió desleal. Pero
le había gustado y como él siempre le recomendaba, trató de despejarse pensar
en eso que acababa de pasar. Se distrajo mirando a otra pareja que también los
observaba. «A la horca por incestuosos», creyó Laura que esa pareja estaría
pensando y rio sola. Él tomó un poco más de vino…
-Tengo que estar un poco loco
para hacer esto –dijo sonriendo.
« ¡¿QUÉ?! » pensó Laura
mientras cambiaba su sonrisa por una boca cerrada de rabia. Lo odió. Ella había
tardado en darse cuenta que cuando estaban juntos, eran tan iguales como
cualquiera. Pero finalmente, lo había comprendido. Y con esa frase, Laura
sintió que él se burlaba. Se paró casi por inercia y en cámara lenta. Estaba
como mareada (y no por el vino). Cogió su bolso, lo miró con furia y decepción
mientras empezaba a llorar y se fue. Así sin más. Caminó por varios minutos
secándose las lágrimas cada dos segundos. Ya se había acostumbrado más a o
menos a eso. Cuando se dio cuenta que estaba por llegar el otro local de La
Posada del Ángel a donde no debía llegar, maldijo su suerte. Intentó tomar un
taxi pero lo vio manejando muy rápido y haciéndole con la mano el gesto ese de
"pare". Laura se quedó quieta esperándolo. Adentro del local empezó a
sonar una canción de Calamaro demoledora para Laura. Se apoyó contra para la
pared y continuó su llanto pero con más fuerza. Cuando él llegó a su costado y
se dio cuenta de la canción, la tomó del brazo por debajo del codo y a jaló
hasta adentro de su auto. Laura se tapó el rostro y siguió llorando. Él le
quitó las manos y le cogió el pelo:
-Hey, ¡ya! ¿Por qué tanto drama? Sólo es una canción y tú
eres una impulsiva que no me deja terminar las cosas.
Laura lo miro con lo que
parecía un puchero sin intención. Él le sonrió y le dio un beso.
-Cálmate –le pidió.
Y empezó a manejar. A cinco
minutos de ahí estaba su casa así que ese fue el destino.
-Conozco un vino mejor –le dijo a Laura antes de llegar a su
departamento.
Ella sonrió. Otra vez, nada, NADA, era demasiado importante
cuando se está con él. Las cosas pasan tan ligeras que acarician. Había habido
un beso (dos) y una pelea. Pero la conversación puertas adentro fue, de lejos, lo
mejor.
''Soy ese beso que se da
sin que se pueda comentar.
Soy ese nombre que jamás
fuera de aquí pronunciarás.
Soy lo prohibido''
sin que se pueda comentar.
Soy ese nombre que jamás
fuera de aquí pronunciarás.
Soy lo prohibido''
Y... no es broma cuando Laura se identifica con esta película:
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''Detrás está la gente''