A veces son muchas las canciones que siento son el soundtrack de mi estado en este momento (y en todos los momentos). Por supuesto, algunas son corta venas, otras son para auto animarme, unas cuantas son verdaderas y las demás son de Katy Perry.
Y todas las cantaba también porque me encanta. Me gusta cantar cuando me baño, antes que me pongan una inyección para distraerme y que no me duela, cuando corro para no cansarme (así fue logré completar los test de Couper en el colegio).
Pero la idea es esa. Entonces me di cuenta que puedo cantar y encima verme haciéndolo. Esta canción se me ocurrió porque, además de ser una de mis favoritas de Sabina, el título es que pienso que estoy pasando. Ya, pues, ¿no?
No hay música porque me olvidé de buscar y mi programa para generar pistas se murió. No sé si lo que me pasa y siento, ha sido suficiente pero creo que es ¡demasiado!
No hace falta cantar bien y con técnica (aún no me queda claro qué es eso) mientras se hace con garra y sentimiento, como todo.
Ah, el disfuerzo es a propósito, lo antinatural es a propósito, la exageración es adrede y desafinar porque Sabina también desafina. Si lo hice así, fue porque siempre me imaginé que si una chica cantaba esta canción, sería así.
Ya no sólo era cuando dormía que
Laura, súbitamente, estaba tranquila. Ahora, podía sentirse tranquila y sin
pensar demasiado cuando estaba con él. Al menos eso creía ella cuando decidió,
por fin, decirle a esta persona lo que le estaba sucediendo en paralelo a sus
propios demonios y, además, ordenar y aclarar lo que estaba pasando ya no sólo
con ella, sino con los dos.
Entonces estaba decidido. Sólo tenía
que esperar otro encuentro casual. Porque no tenia su número ni él el de ella,
porque jamás quedaban en verse y nunca, pero nunca, podían estar demasiado
tiempo en el mismo lugar. Entonces era
probable que lo viera, seguramente, ese mismo día, en dos, la semana siguiente,
indefinido.
Como es costumbre, a Laura le pasan las cosas que piensa, será
porque las atrae, será porque, como él una vez le dijo, su energía es tal que
genera situaciones. No especificó qué clase de energía, vale aclarar.
Entonces pasa así: Laura está aburrida
en una clase. Son casi las 2:00 de la tarde. El profesor no deja de hablar.
Como nunca, se ha sentado en la última carpeta y de rato en rato, recuesta su
cabeza en la pared y comienza a cerrar los ojos. Los abre enseguida porque su
profesor le provoca pena. Soluciones, piensa, soluciones. Se para de inmediato
y decide ir al baño a lavarse la cara. Sale del salón, cierra la puerta con
cuidado y comienza a caminar mirando a los costados, tratando de evitar
miradas, no sabe por qué lo hace. Y lo ve. Está ahí, parado, tomando un café y
revisando su celular antiguo. Laura se queda paralizada, tampoco sabe por qué,
se acerca un poco más y él se da cuenta de ella.
-El aburrimiento tiene rulos - le dice él.
-Es urgente que hablemos. Pero, así, urgente – responde Laura
-¿Y ahora?
-No, no es de eso, creo. Es otra cosa.
-Ahora es break pero siempre la terminó a las 2:15 o 2:20, ya sabes.
-Pero yo tengo que quedarme.
-Entonces espero.
-Es hasta las 3.
-¿Estacionamiento?
-Ya.
Si algo le inquieta a Laura, es la
manera en la que él puede sintetizar toda la expresión de su rostro, de lo que
quiere decir, de lo que intenta generar, en pocas palabras. Y a Laura que le
gusta hablar mucho, eso la desacomoda un poco.
A las 3 en punto, Laura sale de su
salón y camina hacia el estacionamiento. Sólo quiere decirle algo y de ahí en
más, lo que sea que venga. "Lanzar la bomba" 2da parte, esta vez es
personal.
Sale de la universidad y empieza a
caminar sintiendo el viento en su cara y, de paso, despeinándola. Sabe el lugar
donde él probablemente ha estacionado su auto.
Lo ve. Va acercándose mirando hacia los lados, como él le ha pedido que
haga tantas veces y se detiene frente a la ventana. Él, que estaba ordenando
unos papeles, los deja en sus piernas y le abre la puerta. Ella entra
cuidadosamente y de inmediato pone la mano en su mejilla para que no la noten.
También es algo ensayado.
-¿Cuál es el drama? –pregunta él, otra vez con cara de médico.
-No me acuerdo de ninguno ahora. Pero si quieres que lo piense… – responde
Laura ofuscada.
-Te vas a inventar uno o te esforzarás hasta recordar. Ya se acerca Noviembre,
por ejemplo.
Laura sintió que quiso ofenderla. O,
tal vez, quería volver a hacerla sentir tonta. Pero tenía razón y ella sabía
que la tenía. Cayó en cuenta, entonces, que Noviembre venía así nomás, directo
y sin escalas, que tendría un ataque
nervioso otra vez. Y así, como ya es costumbre, comenzó a llorar.
-Ya estoy cansada. Hay veces que no sé
qué hacer, me desespera. Quiero dormirme y despertarme cuando todo me pase
–grita Laura.
Pero él no responde. Sólo observa cómo
Laura pone sus dos manos sobre su cara y se agacha. Y la escucha llorar,
escucha cómo se queja, escucha los sonidos de alguien a quién le duele llorar
pero que no encuentra otro remedio.
-Me siento tan… me siento como tirada,
como algo que ya no sirve y que fue dejado de lado. Soy un desconocido. No
sabes cómo se siente ser ignorado, en serio. –continua Laura con esa habilidad
extraterrestre de hablar tanto mientras llora.
Laura sigue y sigue hablando, como
intentando levantar la mano desde donde se ahoga. Él le jala el brazo presionando
su codo y la abraza. Laura ahora puede ser más ella. Lo abraza también, le
presiona los hombros, llora como desconsolada. Si alguien los vio, no
importaba. Al menos no a ella.
Se separan por fin.
-Si eso era lo que me querías decir, eres una dramática – dice él
volviendo en sí.
-Ah, no no, no es eso. –responde Laura mientras se seca la cara.
-Dime
-dnkjndskjfddwfwenjdnewodnednenewewdcwecewfbudcbuewdcfewcwfe y te lo digo en
serio.
- Pensé que sólo era una vez que me lo ibas a decir
-Y, como la última vez, sólo es decírtelo.
-No creo que yo deba decir algo
-Sí… o sea, está bien.
Se quedan en silencio. Ven a unos
chicos jugar fútbol y a algunas chicas en el gimnasio. Hay sol, el ambiente
afuera es lindo, dentro del carro sólo es pura tensión. Era.
-Yo no creo que empezar a salir sea
una buena idea
Laura voltea y lo mira avergonzada. Se
quiere ir, no sabe qué responderle.
Hasta que pasa. Un momento de las películas, una revelación, como cuando el
protagonista encuentra la solución cuando están a punto de matarlo.
-Yo no te he dicho "salir".
Ni siquiera dije esa palabra
Jaque. Laura lo mira como esperando
una respuesta y él no dice nada. Ella se siente ganadora. Pero el tenia
palabras y, sobre todo, acento.
-Mira, ¿por qué no vas a tu casa? Y
cuando estés mas tranquila, me dices y volvemos a hablar.
Laura asintió, miró para un lado y
para arriba después, como suele a hacer cuando está molesta. Claro que se iría.
Claro que pensaría. ¿Qué regresaría a hablarle?: No claro.
-Ya, sí, chau
Puso su bolso al hombro, sacó el
seguro a la puerta, salió mientras se arreglaba el pelo, cerró la puerta y
empezó a caminar. Cuando intentaba sacar su mp4, escuchó que una puerta se
abría
-Laura
Ella se voltea y se acerca hacia donde
está él: parado fuera de su auto y cogiendo la puerta con una mano.
-Te ves bonita después que lloras.
Y Laura no pudo responder porque él le
dio un beso mientras le cogía la cara con las dos manos. Y ella ni siquiera
tuvo tiempo para para sorprenderse porque estaban en el estacionamiento. ¡En el
estacionamiento! Ahí mismo, Laura le cogió las manos a él y se las retiró del
rostro.
Los dos entraron en el auto y se
fueron. Laura necesitaba taparse la cara, ahora sí. Primero fueron a San Borja,
Él firmó unos papeles, se aseguró que no tenía que ver a nadie ese día y
volvieron a irse. Almorzaron "tensamente" en una cevicheria en La
Molina mientras Laura pensaba, mientras lo veía comer, que siempre creyó que
las personas como él no hacían esas cosas, que eran sumamente racionales y
que hacían y analizaban a todo menos a
ellos mismos, no hacían cosas así, por sentirlo. La conversación de tías llegó
después, cuando ya eran las 5 de la tarde y empezaron a dar vueltas por el
Jockey Plaza. Y Laura se enteró de la relación de él con su papá, con su
hermana, con su trabajo, con su profesión, con el hecho de ser tan ermitaño,
como él mismo se dice. Y así, también, él se enteró de los últimos 3 años de
Laura, de la comida, de sus ex amigas, se enteró que a Laura le gustaba cantar.
Cuando los dos miraron para el cielo y
se dieron cuenta que ya estaba oscuro, eran las 8 de la noche. Cuando se dieron
cuenta que habían seguido hablando en el estacionamiento del Jockey Plaza, eran
las 9:30.
Él arrancó el carro y fueron por la
Vía Expresa hasta Miraflores. Laura no decía nada. Llegaron al Parque Kennedy,
comieron en el Haití. Peligroso. A las 10:30 empezaron a caminar y en una calle
estrecha, escucharon cómo terminaba una salsa y empezaba una guaracha. A Laura,
esas canciones le recordaban a su abuelo paterno. Y él vio como Laura se
quedaba embelesada con el ambiente del bar Habana.
-Entremos, entremos –dice él adelantándose a la puerta del lugar.
-¿De verdad?
Se acomoda el pelo que brilla más
castaño por la luces, le sonríe y entran. Se sientan los dos en la barra. Piden
dos Cuba Libre. Él terminó el suyo bastante
rápido. Y mientras Laura seguía tomando el suyo, él la miraba con el ceño
fruncido, como se dice.
-Drama queen, drama queen. -le dice él
-Ya lloré hoy, ¿no? Bastaaante. Qué roche –respondió Laura
-Mira, es que ni tu misma te entiendes ni sabes qué eres, ni que haces.
.No he dicho que sí, ah.
-Tienes etapas, como todos, ¿no? Pero también hay cosas en ti que no creo que
se vayan. Hay personas sensibleras, hipócritas, lloronas pero superficiales. Tú
eres demasiado sensible pero autentica. Lloras y es verdad. Eres muy frágil.
-No me doy cuenta
-Porque no quieres y eres necia pero esta bien. Imagínate si dijeras: soy tan
auténticamente sensible. No, olvídate.
De pronto una canción hizo que varias
parejas se levanten improvisando una pista de baile porque ese era sólo un bar.
Laura sonrió porque le pareció algo muy divertido y escandaloso.
-¿Quieres bailar? – Preguntó él
-¿Tú bailas? –Preguntó también Laura
-Y bueno...
Si algo se ha de decir, es que Laura
creyó que pasaría tremenda vergüenza porque asumió que él no podía bailar. Era imposible. Hasta que se
pararon y comenzaron a bailar. Ella no sabía cómo se bailaba esa música pero
intentaba. Él bailaba mejor de lo que Laura esperaba y, antes que terminé la
canción, él pagó los dos cuba libre y salieron del bar. Por una hora un poco
más, Laura dejó de tomarse todo tan en serio. Ni siquiera el haber estado ahí,
con alguien que no debería, le parecía tan grave. Al menos unas horas. Después
pensaría en Noviembre y su amenaza.
Tenía que entrevistar
a alguien a quien pudiera exasperar a propósito. Tenía que buscar a alguna
persona a la cual poder confrontar. Tenía que hacerlo y no lo hice en la
primera semana porque no se me ocurría alguien demasiado relevante para
alterar. Esperé hasta la segunda semana. Se me ocurrió una monja, una monja de
mi colegio. Sí, si a alguien tenía ganas
de decirle muchas cosas era una de esas monjas que nos reprimían tanto. Mi
primera y única opción se llamaba Maritza, una monja que trabajaba en mi colegio
en el área de no me acuerdo qué, una monja chilena que sudaba mucho y prohibía
demasiado y a pesar que quería parecer divertida, no lo era.
Así que como una
buena y novel "procastinadora", esperé dos días antes de la fecha de
entrega y me mentalicé ni bien abrí los ojos esa mañana que iba a volver,
después de 3 años, a mi colegio. No quería. Intentaba retrasar todo demorándome
mientras me cambiaba, mientras tomaba desayuno, etc. Además, me sentía en
falta: había prometido no regresar nunca, había tachado en mi agenda de colegio
todos los días que faltaban para terminar el año desde el primer día de clases
de quinto, había deseado acabar la secundaria muchas veces, había dicho con
mucha soberbia que odiaba ir al colegio, que no me gustaba, que ya no aguantaba
más.
10:00 am. Con el rabo
entre las patas, con el hocico partido, con mi mirada tan tierna y con una
bufanda muy bonita color azul, empecé a caminar por la Av. Los quechuas. Hice
la ruta que desde hace 3 años no hacía. Recordé algunas cosas, no demasiadas.
Recordé salir de mi casa con el pelo mojado, los ganchos, la horrible chompa
azul, el celular en el bolsillo, mi mochila verde agua. Así, con la ruta de
memoria, a pesar de todo, llegué a la puerta del "Nuestra Sra. De la
Esperanza". El "Nuestra" para cualquier salamanquino que se
respete. Encontré al vigilante de siempre: "Duque" y pregunté si
había atención. Me dice que sí. Pregunto, entonces, por la hermana Maritza.
Error. Me miro con
desconcierto. Me dice: ¿Maritza? Ya no está acá. Me sentí terriblemente vieja.
Después dejé la superficialidad y caí en cuenta que no tenía entrevistada. Me
paré en seco, miré a los costados y se me ocurrió una idea que me dio miedo,
pero que tenía que probar: ¿está la Hna. Nuria? La hermana Nuria es la directora
del colegio. Sí, ella sí esta, me responde. Entro a las oficinas donde entran
todos los padres que quieren consultar por sus hijos. Me volví a sentir vieja.
La secretaria, Soledad, me atendió. Le dije de qué se trataba. Me pidió mi
nombre y mi año de egreso.
-Lucia Solis. 2009.
Me pidió que espere
un momento. Luego de 10 minutos, me dijo que entre, que toque la puerta de la
dirección y que la Hna. me iba a atender. Y eso hice. Entré por las rejas por
las que sólo los profesores y los padres entraban y me estremecí: vi el patio,
vi la banca donde mis amigas y yo nos sentábamos, sentí ese viento. Y bueno,
toqué la puerta y entré. Me saludó con una gran sonrisa, me abrazó, me preguntó
cómo estaba y después de unos segundos de vacilar, EMOCIONADA, le respondí.
Me trató muy bien
desde el principio, me miró con cara de reconocimiento, sabía quien era yo,
tenía ese mismo brillo en los ojos que desde hace 3 años no veía. ¿Cómo diablos
voy a exasperarla si sólo me produce ternura?, pensé. No, basta, act
professional, Lucia. Y así empecé. Le pregunté algunas cosas que tenían un
propósito escondido: buscar contradicciones, cuestionar sobre Dios, de otro
modo, decirle algunas cosas que tenía guardadas en mis 5 años de observación y
adhesión a ese colegio.
La confronté, se
alteró, me miró con desconfianza, dudó, tartamudeó. Sin embargo, en una
pregunta me respondió con la fortaleza y seguridad de un roble, con un temple
extraordinario y, sin querer, me hizo una revelación, "vi la luz",
como dicen, entendí algo.
Cuando me dijo que no
tuvo un momento exacto en el que se diera cuenta que quería ser monja, que
simplemente absorbió la palabra de Dios hasta enamorarse de él, me "cayó
la ficha". Entendí sobre Dios, entendí sobre ella, entendí sobre mí. La
devoción auténtica, no el fanatismo religioso, es como estar enamorado. No te
lo explicas, hay cosas que jamás podrás comprender, sensaciones que son solo
tuyas. Eres leal a alguien a quien jamás has visto, crees en sus palabras
aunque no te habló directamente a ti. Eso es amor, fe en tus sentimientos,
trascendencia. Entendí que no debo juzgar a alguien que cree de una manera tan
genuina porque no hay razón que pueda explicarlo, no hay experimento ni leyes
físicas que puedan hacerlo. Tal como el amor, como estar enamorados. Es así. Su
respuesta me hizo explicarme a mí y definirme, sobre todo para mi familia que
me cree atea y hereje, como alguien que sí cree en Dios. Sí, creo en Dios. Tal
vez no en el mismo que ustedes. Creo en un Dios de amor, de fortaleza, creo en
un Dios terrenal y divino solamente en su trascendencia y en su legado. Creo en
un Dios humano, que se enamoró, que sintió, que sufrió, que dudó, que tuvo
miedo, que fue un hombre. Pero no creo en ese que te prohíbe todo, que te
amenaza y paraliza con el miedo, que está crucificado y sufre por mí, no, si
sufrió fue por el, porque sangró en vida y tuvo dolor, como cualquiera, como
nosotros.
Toda esa respuesta me
descolocó y cuando terminó la entrevista, después de un largo y sincero abrazo,
la Hna. Nuria me invitó a recorrer y pasear por mi colegio, casi como una
turista. Le pedí que me dejara hacerlo
sola. Lo necesitaba. Salí de su oficina como renovada, salí con una sensación
de tranquilidad y paz alucinante. Y sentí ese viento que siempre había en el
pasadizo de la dirección.
Lo primero que hice
fue caminar hacia la placa de mi promoción. Me quedé viéndola varios minutos. Estaba
a punto de mover mis ojos de ahí y de pronto:
-¡Amárrese el pelo,
Srta.!
Volteo y la veo a
ella, Florinda (enfermera, preceptora, cuidadora, todo) mirándome con una
sonrisa enorme. Me reí y me acerqué, nos abrazamos. Le dije que me merecía lo
peor por ser tan ingrata, que era lo máximo estar frente a ella con el pelo
suelto sin temor a que me grite de verdad. Hablamos por un rato y después me
pidió que siga caminando. Vi el nuevo patio, el nuevo tópico, oficinas nuevas,
me acerqué con un poco de miedo a la sala de profesores y vi a algunos. Me
miraron todos con sonrisas emotivas, sentí ganas de llorar. Una sonrisa de
Beltrán, el que por piedad, bondad, pena o lo que sea que haya sido jamás me
jaló en matemática. Una sonrisa de Raquel, la profesora más misteriosa que
jamás haya tenido y, creo, la más parecida a mí. Una sonrisa de Pepe, una
sonrisa a pesar de todo lo que le ha pasado, una sonrisa después de 3 años, el
profesor que puede hacer que te hagas pis encima sólo con una mirada
desafiante. Por último, una sonrisa de mi adorado Pancho, mi tutor, el hombre
que aguantó tanto, que nos soportó demasiado, que siempre estuvo ahí.
Me alejé de la sala
de profesores y vi directamente hacía mi salón. No, no mi salón de 5to, sino a
uno que significo mucho más para mí: mi salón de 4to. El 4to B. Momentos muy
felices se vivieron en ese salón. Fui feliz en ese lugar. Y sólo observando
desde abajo me di cuenta que ningún pensamiento anterior, ni ninguna promesa
valía la pena tanto como la nostalgia y la alegría que sentí al recordar. Me
arrepentí en el alma de mis palabras. Si alguna época de mi vida quisiera
volver a pasar y si me lo permitieran, sería unas horas de clase ahí, con todo
mis compañeros, todos. Quisiera una clase, después del recreo, cuando todos
llegábamos cansados y tan solo las bromas podían hacernos resistir las horas
que faltaban. Quisiera jugar cubo mágico con mis amigos de nuevo, quisiera
escuchar las bromas de los mismos de siempre, el llanto de las mismas de
siempre, los problemas que hacían detener las clases y, sobre todo, planear
alguna que otra reunión-fiesta en aquel "local". Si alguno de mis
compañeros está leyendo esto, sabrá a qué me refiero.
Tiene razón, Sabina,
en una letra suya. "Al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de
volver". Se llega y listo, se llega sin saberlo. Unas semanas antes, jamás
hubiera pensado en volver, no hubiera dudado un segundo en reafirmar que no
reviviría otra vez mis épocas de colegio. Pero llegué sin demasiado plan y, en
estos momentos, la recuerdo y sólo puedo sonreír, la recuerdo y añoro, sé que
fui feliz, tal como en una clase de tutoría en el 4to B, tal como amar a Dios
por sobre todas las cosas para algunos, tal como amar como yo lo he hecho y lo
sigo haciendo, como ese sentimiento de frescura, de satisfacción cuando se esta
enamorado de alguien, de algo, de lo que sea, como ese misma sensación que tuve
ni bien atravesé las puertas del "Nuestra".
Una vez más, Laura
tiene sensaciones desordenadas y alteradas. Una vez más, ha visto algo que le
dolió mucho entre todas las cosas que le duelen mucho. Cómo pueden doler las
cosas, se pregunta. Cómo sólo el ver te duele, el acordarse duele y el
desprecio duele. Eso siente. Desprecio, olvido, indolencia, desconsideración.
Qué rabia, piensa, por un lado. Qué injusticia, piensa por el otro. Tiene
muchos lados y muchos pensamientos.
Laura siempre ha
creído, desde que se ha visto caminando sola, que no tiene nada que no merezca.
Pero no cree haber sido tan mala. Hay cosas que ella pensó que aquel que le
provoca todo ese sufrimiento, había entendido, había aprehendido de ella. Ya no
lo cree así. Al menos en ese momento no. Laura está ya agobiada de tanta
sensación, tanta idea. ¿El que le provoca ese sufrimiento? El ángel más bueno
del mundo, sí, pero es por él por quien sufre. Por lo que hace y no sabe que
hace, por lo que provoca y no sabe que provoca. Por todo.
Es viernes y es de
tarde. Son las 2:30, calcula, porque su reloj está adelantado 5 minutos
(intencionalmente en busca de puntualidad ante todo). Mira como la pintura de
ese reloj falso que compró en Polvos Azules se va cayendo. Yo le dije a mi papá
que no me compre ese, piensa. Como nunca, Laura se ha quedado en la universidad
haciendo poco más que nada. Camina como quien da mucho rodeo al asunto, camina
mucho para llegar a cualquier lado. Quiere llenar su botella de agua. La llena.
No sabe por qué se está quedando. Se sienta en un lugar que ella antes llamaba
‘’secreto’’ donde corría un viento criminal y donde, por masoquista, le gusta
sentarse. Mira arriba y no hay sol como la última vez que estuvo ahí, un poco
más feliz que en ese momento, está gris el cielo. Mira su celular, chequea
Twitter, no hay nada interesante. Abre Facebook y se siente muy estúpida por
ponerse triste viendo algo. Pero se siente triste. Lo que ya dije: desprecio,
olvido. Si una persona supiera el dolor que causa en otra, todo sería distinto
a como es. A nadie le gusta hacer sentir mal a alguien, no debería ser así.
Laura reacciona y se
da cuenta del lugar donde está sentada. ¿Por qué ese lugar? ¿Qué le pasa? ¿Por
qué va ahí? Llora. Se seca las lágrimas pero siguen saliendo y es desesperante.
Cierra los ojos como queriendo dormirse pero llora más. Laura se pregunta
cuándo terminará todo esto. Siempre se lo pregunta. Unos segundos más de
lágrimas y se incorpora porque había estado echada. Se tapa la cara con las dos
manos, respira profundo, guarda sus cosas. Se pone el bolso al hombro, empieza
a caminar, se da cuenta que son las 3:10. Resuelve que es momento de irse.
Antes había dicho que
los recuerdos atacan a Laura en cualquier momento y le disparan. Eso pasa
siempre. No ha dejado de pasarle. Y como un mareo, le toca en la cabeza y vuelve
a llorar. Es agotador estar así, es verdaderamente cansado. Pero no se quita,
dice Laura, por el momento es así. Camina más y vuelve a llorar. Siente que la
miran. Se acomoda el pelo para atrás. Como ya no usa ganchos, es más fácil
hacerlo. Se siente mal y triste, le molesta caminar, le incomoda la ropa, el
bolso le pesa demasiado. Anda débil. Pero anda, y eso es lo importante.
Se toca la cara como
si intentara sacarse pintura, la pintura más cristalina que alguien pueda tener
en el rostro. Y lo ve. Lo ve bajando las escaleras, cargando un maletín,
acomodándose el pelo él también. Laura piensa que necesita palabras sencillas,
necesita alguien que le haga sentir lo tonta qué es por ponerse así. Ella sola
no puede, todo para ella es en serio, todo es demasiado importante.
Quiere acercarse y
empieza a caminar hacia donde está. Pero él camina más rápido. Laura ve que se
detiene en el cajero y que, sin duda, está sacando plata. Se acerca por atrás y
ni siquiera lo saluda.
-¿Puedo hablar
contigo?
Él se voltea. La
mira, levanta las cejas.
-¿Te sientes bien?
Laura piensa que él está
a punto de tocarle la frente a ver si tiene fiebre porque ha usado el tono de
voz de un médico.
-¿Puedo hablar
contigo? - repite Laura.
-Podemos, podemos –
dice – Pero no ahora. ¿Qué podrías decir estando así? – sigue y empieza a
guardar la plata en su billetera.
Laura resopla y
sigue…
-Estoy cansada y en
serio…
La interrumpe.
-¿A las 9? Por
Barranco. Hay un café que se llama La Posada del Ángel, por La Estación.
-Ahí no – grita Laura.
Fue rara esa
sensación. Fue casi como una repulsión a algo, una alergia. No podía ir ahí.
Sabía de qué sitio hablaba.
-Entonces al otro.
Hay otro – vuelve a sugerir él.
-Ya, ese.
Él se despidió y
Laura se despidió. Las palabras sencillas llegarían más tarde. Camina hasta
salir de la universidad con ese miedo de siempre de encontrarse algo, alguien,
lo que sea que le dispare de nuevo. Casi se olvido por completo que a las 9
tenía que estar en Barranco. Llega a su casa, saluda a su mamá, a su hermano,
deja sus cosas en la esquina de su cama, se echa y se abraza a sus almohadas.
Después de un rato prende el televisor, ve Friends y se queda dormida. Esos
momentos son los que valen, dormir es la plenitud para Laura porque está
segura.
Se despierta a las 7:30.
Se acuerda que había quedado con él a las 9 en un café. No se cambia de ropa,
sólo se abriga más. Dice que va a salir y sorpresivamente nadie le dice nada.
Todo el camino hasta Barranco escucha música en su mp4 con la cabeza pegada a
la ventana y en ciertos momentos se pregunta si de vieja tendrá problemas de
oído por tener los audífonos todo el día en las orejas.
Se baja justo en La
Noche y camina hasta donde estaba el otro café, la otra sucursal. Ni siquiera
sabía la ruta. Laura nunca se ha caracterizado por su sentido de orientación.
Sólo trató de adivinar, preguntó a una persona y como sea, llegó. Justo en ese
momento ve cómo él está estacionando su auto. Laura se queda parada y lo saluda
levantando una mano. Entran no sin antes observar alrededor. Laura se siente un
poco famosa.
Se sientan en un
lugar apartado en el segundo piso. Les dan la carta y él dice que todavía no.
Qué pena, piensa Laura, porque tenía hambre.
Él junta sus manos y
las pone sobre su boca, después comienza a hablar:
-Entonces…
-Entonces, me llega ponerme así – dice Laura
-Te llega
-Me llega
Segundos después nada
más, ella entendió que él sólo se estaba burlando de la forma en cómo decía
‘’me llega’’
-¿Cómo crees que está tu contraparte? – le dice
él.
-Bien, pues. ¿Cómo más va a estar? – responde Laura.
-Define ‘’bien’’
-Bien, pues. Bien.
-Te vas por la definición popular de ‘’bien’’
-Si, porque es más fácil.
-Entonces tienes un problema
-Varios y eso es ridículo
-Es natural porque es ridículo.
Y esta primera conversación fue así. Muchas
definiciones de palabras, frases, ‘’me siento así’’, etc. Hasta que llega el
vino.
-Deja de decir ‘’superar’’ – le reprocha él - ¿Qué
vas a superar? ¿Quieres estar encima de qué?
-O sea, estar mejor que esto – trata de explicar Laura
-Yo te veo mejor
-¿Mejor que, qué?
-Que tus días con la cabeza en la mesa llorando y con los brazos estirados así
como una ‘’muertita’’ – dice él y lo dice con acento, eso a Laura le da risa.
-Eso fue hace unos meses ya
-Y en unos meses más te reirás de que ‘’te llegue ponerte así’’ ahora.
-Ay, al final me dices lo mismo que todos.
-Con la diferencia que yo no me lo estoy tomando en serio para nada y tampoco
me das pena.
Laura se echa para
atrás, cómo el hizo también unas semanas antes, abre los brazos como esperando
que caiga algo del techo, lo mira, abre mucho los ojos y le dice: ¡¿QUÉ?!
Y él se ríe mientras
se sirve más vino. Y A Laura le da risa
que él se ría. Y se ríen mucho, muchísimo.
Y piden una pizza. Y piden que pongan algunas canciones. Y entonces él
pide que pongan ‘’Loco’’ de Calamaro. Y Laura le pide que por favor no la pida,
que le hace mal. Él le responde que la va a pedir igual. Laura mira a los lados
preocupada. La ponen. Y mientras ella intenta concentrarse en no recordar que
va a recordar, lo mira directo y lo ve ahí con el pelo sospechosamente castaño
y cayéndole por la frente, con un saco azul que parece incomodarle porque se lo
quita en ese momento y se queda con una camisa celeste con rayas blancas y
delgadas. Ve cómo empieza a moverse como Calamaro en el video, cómo se le
acerca e intenta cogerle el cuello con el mismo ademán de Calamaro cuando dice
‘’instinto asesino’’ en la canción. El mismo ademán. Laura retrocede, se asusta
pero se ríe. Ella empieza a recordar el video de esa canción y se sorprende
cuando ve cómo él lo parodia y hace los mismos gestos.
Y son esos momentos
felices, porque fue un momento feliz, en que Laura súbitamente olvida lo gris
que se ha vuelto todo. Y así pueden
llegar muchos recuerdos y dispararle a quemarropa pero no costarán lo
suficiente para tumbarla. Al menos no en ese momento. Será sólo un viento frío. Ya luego regresará a la rutina y seguramente, uno que otro proyectil recibirá,
tal vez varios. Sólo espera que sean menos intensos cada vez.
Los gestos del video
son los gestos que Laura vio.