Son de esas cosas que el
periodismo te da. Precisamente cuando hace unos días supe qué era lo que quería
hacer. Al menos con respecto a mi carrera. No quiero ver muertos, mucho menos
hacer más miserables sus desgracias escribiendo notas sensacionalistas. Quiero
contar otro tipo de historias. Y la que he vivido hoy se va a quedar para
siempre.
Toqué el timbre una vez. Dos
veces. Tres. Pensé en llamar una vez más y un claxon me sorprendió. Teresa
Fuller, la hija de Chabuca Granda, me sonreía desde el asiento de copiloto de
una camioneta gris que manejaba su sobrina. Ella también me sonrió.
Va a escribir un libro sobre la
pata, le dijo Teresa a su sobrina.
Yo sonreí. Me invitó a pasar y
justo antes de seguirla hacia adentro, la otra mujer me tomo del brazo.
No, no, no, Lucia, tú me vas a
ayudar a cargar estas bolsas.
Tomé los dos bultos de plaza vea
en donde Teresa había hecho unas compras y la seguí. Después de pasar por el
patio, subimos unas escaleras, ella iba delante de mí. El corazón me empezó a
latir un poco más fuerte cuando vi una gigantografía de Chabuca Granda. Teresa
sólo veía a su mamá y a su ídolo.
Atravesé la sala como quien
camina por el Louvre. Cuadros, fotos y estatuillas de Chabuca. Todo estaba
perfectamente ordenado.
¿Quieres café, Luci?
Luci. No me gusta que me digan
así. Pero era Teresa Fuller. Y además sonó lindo.
Sí, muchas gracias.
Mientras hervía agua para el café
y guardaba sus compras, me preguntó sobre lo que quería hacer con el libro. Le
conté todo y ella seguía sonriendo. Cuando terminó de hacer el café me dio la
taza que me tocaba y fuimos a la sala.
Casi me olvidé de las preguntas.
Mientras hablaba implícitamente defendía a su madre de todo como una leona. La
cara se le ilumina, se ríe a carcajadas cuando habla de su ‘’mami’’ o ''la pata'', como ella
le dice. Por ratos se quedaba mirando hacia un punto fijo con una sonrisa enorme.
Pensé que iba a llorar. Pero no lo hizo. Simplemente cambiaba de tema y
apuntaba hacia otra anécdota, se carcajeaba y el proceso era el mismo.
De Chabuca Granda se ha hablado
más después de muerta. Y eso la indigna. A mí también. Eso no es justo. Ojala
pueda hacer un cambio chiquito con el libro que escribiré.Mientras tanto, Teresa Fuller
Granda, me ha recibido en su casa. He tomado un café con la hija de la mejor
cantautora peruana de todos los tiempos, de una leyenda. La historia que quiero
contar.
Chabuca Granda no lloraba... sonreía.