La
tarde que nos encontramos, los nervios de todos competían con mis propios nervios…
y aunque estaba encerrada en el 403 mi estrategia funcionó casi a la perfección.
Escapé 5 o 10 minutos antes que la campana carcelera disfrazada de alarma con
modernos mecanismos que podrían dejar a sordo a cualquier mortal, suene.
Corrí
hacia el baño buscando belleza, sin imaginar que tiempo, días o algunas horas más
tarde me daría cuenta, me percataría de mi otro tipo de belleza.
Ignorando
eso todavía, esparcí mis típicas sombras negras encima de mis parpados y dibujé
debajo de mis ojos una línea con rímel, igual, típico, negro.
Mis
nervios le ganaron a los nervios cuando sonó mi celular. Y aunque ya había
escuchado su voz una semana atrás, me volvió a encantar… después de eso, mis
nervios triunfadores me abandonaron por un tiempo, o dos.
La
eterna espera que se apodero de mí escaleras abajo desapareció cuando lo vi.
Sentí un poco de vergüenza, en mi siempre pasa igual. Así que ya habiéndonos
conocido, la espera escaleras arriba ya no era eterna, ahora era acompañada.
Al
llegar al lugar previamente elegido por mi y acatado por él, ya hablábamos
mucho, yo no sé si lo hacía bien pero el, sin duda, si.
Me
satisfacía, me encantaba como se reía al escucharme decir algo o más bien, me
encantaba hablarle y escucharlo y escucharlo y hablarle.
A
pesar de comer poco, porque recién me estaba recuperando de mi enfermedad, mi poca
hambre quedo en segundo plano reemplazada por sus historias.
No
diré que no sentía el tiempo mientras me hablaba, lo sentía, sentía que pasaba
y por ratos me apenaba saber que pronto ya no hablaríamos entre tanta gente, me
apenaba no saber si lo volvería a ver.
Todo
estaba bien, muy bien antes de ese día porque hablábamos siempre por internet y
muy ‘’anuestraformamente’’. Pero ya lo había conocido, muerta de miedo, con
destellos fugaces, muy fugaces de vergüenza. Ya se había metido en mi vida como
el ‘’el chico del msn con el que me gusta conversar’’. Y ahora, como el mejor,
como mío.
Al
inicio del encuentro, al verlo y hablarle no estaba enamorada ni ilusionada,
estaba extasiada y para rimar, admirada. Completamente, si…
El
chico que escuchaba Calamaro, Fito, Sabina. El que me había puesto un apodo que
meses después me haría derretir. El del pelo que me moría por despeinar (más).
El que pronto ‘’detendría con un beso el reloj (de Calamaro) ’’. Él es.
Jamás
le agradecí por querer verme, por esperar, por sus historias, por sus chistes y
por el brownie.
''Porque me miento si digo,
que tu mirada no fue mi mejor testigo''
que tu mirada no fue mi mejor testigo''
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''Detrás está la gente''