Los temas polémicos me estresan. Uno siempre intenta ser imparcial pero al final, nuestra opinión pesa más. Cuando discuto, me gusta siempre tener la razón. Y cuando no la tengo, me demoro en aceptarlo. Siempre surgen más argumentos. Por lo que sé, es común dividir un debate entre gente a favor y en contra del tema en suspenso. Pero no todo siempre es blanco y negro, no todo es tan fácil. ¿Y la hora gris? Cuando no es día ni es noche, cuando no es esto ni es lo otro? Un debate está mayormente basado en hechos, las percepciones o experiencias quedan un poco relegadas. Por ello, este post no será un debate. Será una exposición de lo que pienso, lo que creo y lo que siento con respecto a una cuestión demasiado "mainstream": las corridas de toros. Siempre se habla de eso.
A mi no me dan pena los toros, como no me da pena ningún otro animal. Me conmueve más la sonrisa de un niño al que le compras un caramelo, me estremece más el ruego de un anciano por dinero. Aunque los humanos somos seres muchas veces despreciables, me identifico mucho más porque soy uno de ellos. Porque creo que tengo algunas certezas. No sé qué pensar del mundo animal, en especial de los toros. Todo lo que sé sobre animales es teoría. No sé si pueda darme pena que un toro no muera porque tal vez en el instante en que lo salvas, ese mismo animal decidirá abalanzarse sobre ti y destrozarte la cara.
Está de moda hablar sobre las corridas de toros, hace años que lo está. Está de moda, también, estar en contra de las corridas de toros, pedir firmas para prohibirlas, indignarse, hacer cadenas vía redes sociales, marchas, etc. La ambigüedad de aquellos que invalidan la "fiesta brava" es impresionante. Me pregunto cuántos de aquellos que sueltan lágrimas viendo a los toros en el ruedo, no dudan al comerse un sanguche en la esquina de su casa. Un sanguche con hartas papas fritas, lechuga, tomate, salsa tártara, kétchup, mayonesa y lo principal, por supuesto: el pollo. Aquel pollo que no dudaron en matar para que los activistas en contra de las corridas de toros coman y disfruten. He ahí la diferencia. La mayoría de animales que comemos nacieron para morir. Como dice Calamaro: Al toro le damos calidad de héroe, de ser mitológico, aquel Dios que se debate entre la vida y la muerte, que lucha. Este comentario es bastante cuestionable pero explica un punto de vista, entre tantos otros, sobre las corridas. Yo no estoy en contra. Tampoco a favor, sencillamente me da igual. Mi abuelo y mi padrino, van todos los Octubre a Acho a ver a los toros. Lo hacen religiosamente. Mi padrino por una simple herencia de gusto, tal vez. Mi abuelo porque lo vivió desde niño. ¿Cómo puedo atreverme a decirle que una parte de su vida es inválida, que no es correcta? Es sumamente relativo. La corrida de toros es algo netamente tradicional, una costumbre como tantas otras. Nos guste o no. Tu costumbre es ir a misa todos los domingos, la de otros es ir a Acho. Tu costumbre es rezarle a una imagen, a una estatua, la de otros es la de sentarse a ver un bien elaborado tercio de varas. Tan simple como eso. Si algunos creen que es una burla, una diversión ver a un animal morir. Bueno, otros creen que el MOVADEF debería ser un partido político. Hay de todo.
Pero no seamos tan ingenuos y tan absurdos de relacionarlo y tomarlo como premisa para limitar, censurar o creer conocer a la perfección a alguien. Así llegamos a leer y escuchar comentarios de gente que tacha a Vargas Llosa de pésimo escritor por ser taurino, de censurar a Serrat y Sabina por ser muy taurinos, y a tantos otros. Es como decir, La ciudad y los perros es una pésima novela porque su autor va a las corridas de toros. Es tan absurdo eso como tratar de convencer a alguien de que es físicamente imposible caminar sobre el agua. Uno cree lo que es, lo que ama, lo que le apasiona y nadie tiene derecho, cualquiera que sea su postura u opinión, a intentar cambiar la sociedad por entero a gusto de la posición de cierta gente, que en muchos casos no es nada más que una pose.