Mi mamá siempre
me dice que me gusta la música de viejos. Y yo no sé cómo hacerle entender que
ni la edad ni la época de la música importa, sino que es la influencia y poder
que tiene para atraparnos y cambiarnos la vida. Joan Manuel Serrat cambió la
mía, por ejemplo. Serrat, ¿quién? Está bien si el nombre no les suena conocido.
No tiene por qué. Pero como es el protagonista de esta historia, es justo que
les cuente de él: Joan Manuel Serrat un trovador español que a mediados de los
60’s comenzaba una carrera que hasta ahora continua vigente. En todos los que
lo seguimos, claro. A mí me gusta desde que tengo 14 años. Lo descubrí y desde
ese momento no he podido alejarme de sus letras y su música. Tampoco he
querido. Sí, Serrat tiene más de 70 años. Es verdad también que la mayoría de
sus fanáticos son gente de la edad de mis padres o mayores. Pero eso jamás me
importó. Por eso cuando supe que llegaría a Lima para dar un concierto no dudé
ni un instante que iría a verlo. La primera fila no me fue suficiente.
Necesitaba algo más. Esta es la historia de la vez en que le dije a Joan Manuel
Serrat lo que realmente pensaba de él.
Es jueves. Son las siete y media de la mañana y no puedo creer que he
logrado despertarme. Veo la fecha… sí, 5 de diciembre de 2012: El día en el que
veré a Joan Manuel Serrat en concierto. Por primera vez. No puedo creerlo y me
vuelvo a tapar. Pienso: son muchas horas hasta las 8 de la noche. Pero hay algo
que debo hacer antes. Tiro la sabana y salto de la cama. Sí, hay algo que tengo
que hacer: entregar el correo, una carta para Serrat, una carta escrita por mí
en la madrugada con lapicero azul y sobre manila. Los pensamientos me costaron
mucho más:
Joan Manuel, jamás nos hemos conocido, es
geográficamente imposible por ahora. Pero, ¿Por qué? ¿Por qué me apasiono tanto
con tu arte? Es que no encuentro una razón sino varias y algunas que sé que
descubriré en todos los años que me quedan escuchándote. Es decir, hasta el fin
de mis días. Lo prometo. Perdona que te tutee, pero estoy interiorizada y sé
que no hay nada más personal que mi relación contigo, con tus canciones y tus
letras. Pero no sólo eso, me has dejado con un nudo en la garganta, con
lágrimas, con rencor, con esperanza, con duda, con la sensación de saber que
las letras de tus canciones son para mí y para nadie más, me has acompañado y
lo haces hasta ahora.
Después de salir de la cama, es
el momento de cambiarme: me decido por un polo azul, jean, casaca negra y unas
zapatillas por si hay que correr. Entonces emprendo el recorrido. Después de 1
hora llego al hotel Westin en San Isidro, su sola puerta ya me intimida. Pero
no importa. Tengo las ganas y sobre toda una carta ya algo arrugada por el
viaje en el fondo de mi bolsito marrón. Camino unos 16 pasos. Sí, los he
contado. De pronto siento que mi ropa no es la más adecuada. Me lo acaba de
confirmar la chica en taco 12 y blusa blanca inmaculada que pasa a mi costado.
Frente en alto, postura recta y actitud despreocupada. Parece que no soy muy
buena actriz. El vigilante me detiene en el preciso momento en que intento
cruzar hacia el glamoroso mundo Westin International Hotel.
Disculpe, señorita, viene a la Conferencia del Ministerio del Interior?
– me dice el hombre de verde.
Sí – respondo inmediatamente y sin pensar.
¿De qué medio es? – me pregunta mientras revisa una hoja con varios
nombres escritos.
-La República – respondo por inercia.
Pasan unos cuantos segundos hasta que por fin me dice:
-Entre, vaya de frente al pasillo y doble a la izquierda.
-Gracias – digo y pienso: Lucia, acabas de suplantar a un periodista de
La República al que probablemente ya no dejen entrar.
Me remuerde la conciencia solo por un momento. Luego pienso en lo mal
que lo pasé cuando un año antes habían cancelado un concierto de Serrat en Lima
dejándome como una quinceañera sin fiesta. Recuerdo haber llorado todo el día.
Y entonces supe que esto era algo que me debía, que era una asignatura pendiente
después de mucho soñar con decirle a Serrat todo lo que significaba su música y
el para mí.
Joan Manuel, quiero decirte que tus canciones pueden, como ves, reponerme si quieren y al mismo tiempo
destruirme. ¿Sabes cuál fue tu última travesura? "Entre un Hola y un
Adiós" Entendí que era una carta abierta. Y lloré escuchándola. Lloré
viendo una pantalla. ¿Cómo explicártelo? Eres lo máximo, lo más genio, lo
absolutamente genial. Qué profundas pueden ser tus palabras aunque se oigan
temblorosas en tu voz. Qué gran fiesta es tu arte. Por hoy, y en esta carta, no
habrá gloria a Dios sino gloria a ti. Que el sol no te dé la espalda, y si lo
hace que sea para que la luna admire tu grandeza más de la que tú la admiras a
ella.
Después de haber despistado a la
seguridad del hotel, perderme y terminar buscando la salida de la Sala de
Recepciones C, estoy de nuevo en el vestíbulo en busca de la recepción. Veo un
módulo, me acerco y me uno a la fila. La cola hacia la recepción es un panorama
bastante peculiar. Básicamente, dos hombres en terno, la chica de la blusa
inmaculada y yo. Digamos que en la jerarquía de atuendo iba yo de última. Y en
la cola también. He de llevarlo con dignidad. Después de veinte minutos me
encuentro frente a frente con la recepcionista que me mira como a una tachuela.
-¿En qué puedo ayudarte? – me pregunta…
-Hola, eh… tengo una carta – digo mientras saco el sobre de mi bolsito e
intento plancharlo con la fuerza de mi mano sobre mi jean.
-oook, ¿Para qué número de habitación es y quién la envía?
-Mira, no sé qué número de habitación es pero sé que Joan Manuel Serrat
está hospedado aquí y sé que es difícil pero sería muy importante para mí que
pudieras hacer que le llegue esta carta.
-Voy a hacer todo lo posible para que le llegue. No te preocupes –me
dijo la recepcionista con una sonrisa tierna.
Fue el momento en el que la frase ‘’las apariencias engañan’’ actuó a la
perfección. La recepcionista ya no me miraba como a una tachuela sino como lo
que era, una fan que no entiende de razonamientos lógicos. He dejado la carta y
aunque no sé con certeza si Serrat la leerá o si sabrá de su existencia, me
siento satisfecha de haber hecho lo que quería.
Regreso, entonces, a mi casa a deshojar horas como si fueran margaritas.
Cada vez falta menos para el concierto y yo casi no tengo uñas. Intento
despejarme pero no puedo. Cuando se está a punto de cumplir un sueño y sabes
que vas a cumplirlo, todo se resume en eso. Y cuando por fin llega el momento
de salir de casa hacia el recital, no sé ni siquiera cuál será mi reacción
cuando lo vea. Mientras pienso en ello me pongo el polo que mandé a estampar
con la frase: Serrat eres único y me pongo incluso más nerviosa.
Te confieso, Joan Manuel, que no sé qué haré cuando te vea. Tendría que
estar en ese momento para saber realmente qué sentiría. De verdad quiero ese
momento. Lo necesito. Te digo que he aprendido muchas cosas contigo. ¿Ya lo
dije? Lo digo de nuevo. Aprendí, con tus canciones y contigo, a saber que todo
infortunio esconde alguna ventaja, que por más que nos coloquen el listón hay
que saltar con la intención de ser felices, sobre todo, que sin utopías la vida
solo sería un ensayo para la muerte. Estaré en la primera fila de tu
concierto en Lima con un polo que dice: Serrat, eres único. La loca de la carta
soy yo.
Llego al Jockey Club como si
llegara a mi boda. Percibo las miradas directas hacia mi polo y su frase.
Siento algunas sonrisas. Me siento orgullosa. Camino hasta mi lugar y trato de
entender la realidad: estoy sentada en la primera fila y solo faltan 30 minutos
para poder ver por fin a Joan Manuel Serrat. Ahora que repito todo eso en mi
cabeza, parece más bien fantasía. Estoy nerviosa y ansiosa. Las luces se apagan
de pronto. Suenan bajos, baterías, trompetas. Una intro que da la impresión de
ser breve pero a mí me parece eterna. Las luces blancas empiezan a cegarme un
poco. Pero no lo suficiente. Y ahí está. Joan Manuel Serrat camina hasta el
centro del escenario y yo tengo las mejillas empapadas de lágrimas. Todas las
personas a mí alrededor me miran pero yo no puedo parar. Camina, canta, baila,
sonríe, se calla. Lo tengo al frente y no puedo creerlo. Las canciones siguen
una tras otra y con ellas continúa la utopía que vivo.
El concierto ya está por terminar. Serrat, quien ha compartido dos horas
de concierto con Joaquín Sabina empieza a despedirse de la gente. Sabina se
coloca en la parte del escenario más cercana a mí. Me ve. Ve mi polo y su frase
y me hace un ademán. ¿y para mí? Parece que me preguntara. Yo lo miro y le sonrió.
Sabina se voltea y llama a Serrat hacia su lado. Me estremezco. Sabina me
señala y le enseña mi polo. Serrat me ve, sonríe, forma una carta con las manos
y hace el gesto de estar leyéndola. Empiezo a llorar. Él me manda un beso volado y leo en sus labios:
Gracias. Sueño cumplido. Tengo las sensaciones más bonitas e indescriptibles,
es como si todo se hubiese iluminado. Y pensar que unas horas antes creía que
todo esto era imposible.
Joan Manuel, la madrugada en que escribo esto
nos dice que llegó el final, qué bueno que aunque sea por una noche se olvidó
que cada uno es cada cual, que es casi imposible que llegues a leer esto algún
día. Pero como dije hace unas líneas, existen las utopías y sin ellas, no me
habría atrevido a escribir esto. Solo me queda agradecer porque estás conmigo
cada vez que escucho tus canciones, porque aunque tú no lo sepas, me conoces
mucho. Gracias por existir. Es muy grande el mundo y demasiados los que te
seguimos. Pero continúo. Gracias porque siempre puede ser un gran día, porque son tus
versos el mejor lugar del mundo donde puedo estar.
La carta completa está... aquí:
http://www.elhitdeloshits.blogspot.com/2012/07/carta-serrat.html