20 de marzo de 2014

Elsa & Edmundo

Era un sábado de Febrero de hace más de 50 años. En Arequipa, donde tuvo lugar esta historia, llovía con elegancia. Era una lluvia fuerte y decidida, no una mediocre garúa tintineante como la de Lima. Era una lluvia arequipeña. Elsa, pegada a su máquina de coser, trataba de terminar un trabajo que le habían encargado. Los minutos pasaban y no había más tiempo. Elsa se apresuró en guardar hilos, telas, y botones, se ciñó en el vestido verde estampado que se había hecho ella misma y junto a Nati, su hermana y Mercedes, su madre, se encaminó hacia la fiesta de inauguración de la casa de la tía Gabina.

Al llegar, sonaban valses, la fiesta estaba a punto. Nati, que era la madrina, tiró de la cinta, rompió la botella de champagne y la casa se dio por inaugurada. Mercedes iba por ahí observándolo todo. Elsa conversaba con su amiga y tocaya Elsa Chávez.

-¿Quiénes han venido? -preguntó Elsa, mientras tomaba de su copa de champagne.
-Están mis amigas del barrio, el director del colegio Winetka de Lima, que es el padrino y un profesor más -respondió su amiga.
-¿Cómo se llama? -volvió a preguntar Elsa.
-No sé su nombre. Es ese de ahí -dijo Elsa Chávez señalando hacia una esquina.

El profesor del que hablaba era un hombre de unos treinta años, serio, enternado y con mirada taciturna. Sostenía una copa de champagne con una mano y la otra la tenía guardada en el bolsillo de su pantalón. Miraba a Elsa fijamente desde que entró a la casa, pero no a Elsa Chavez, no, sino a la otra, a aquella mujer de pelo corto, negro profundo y el vestido verde hipnotizante.

El momento del saludo llegó. Elsa, junto a su madre y su hermana, se acercó donde su otra tía, Elvira, que estaba casualmente parada junto al profesor del que no podía desprender la mirada. Elsa lo saludó como a uno más. Bastaron algunas pestañeadas más para que aquel serio hombre la sacara a bailar. Elsa aceptó y caminaron hacia el centro de la sala mientras empezaba a sonar un pasodoble. Ella bailaba muy bien y se movía casi como un trompo. Él, por el contrario, selló aquella primera impresión con un pisotón que hizo reír a Elsa.

-¿Cómo te llamas? -preguntó el profesor sin dejar de mirarla.
-Elsa Aragón. ¿Y tú? -respondió la belleza del vestido verde ceñido.
-Reymer -alcanzó a decir el profesor escuetamente.
-¿Ese es tu nombre o tu apellido? -contestó Elsa 
-No, es mi apellido. Me llamo Edmundo... Edmundo Reymer Vásquez-respondió el profesor al dejar por completo su anonimato.

El baile terminó pero Edmundo no se apartó de Elsa y justo antes de despedirse, le preguntó si podía visitarla en su casa al día siguiente. Elsa asintió sorprendida. No hacía falta intercambiar direcciones. Edmundo sabía donde vivía. Él ya la conocía desde antes, sabía, por ejemplo que le gustaba ir al cine y que conversaba con frecuencia con un joven en la esquina de su casa. Un mollendino, al parecer. Edmundo ya la había visto y había quedado completamente prendido. El baile fue sólo el comienzo.

 Al otro día, Elsa les había contado a Yolanda y Sonia, sus amigas y vecinas, que un profesor que conoció en la fiesta la visitaría; y ahí estaban ellas prendidas de la ventana de la casa contigua a ver si era cierto, a ver qué tal era el profe. Y así fue, a las tres en punto de la tarde, Edmundo tocó la puerta de aquella casona de la Avenida Cuarto Centenario cerca a la Iglesia del Pilar. Protocolo y mucha mirada. Elsa parecía nerviosa y Edmundo más tenso de lo normal. Así que para calmar ánimos y romper barreras, Nati, la hermana mayor de Elsa sugirió un plan que no podía tener error: ir al cine. Así pues, se encaminaron hacia el viejo cine Ateneo a ver la película mexicana de moda. 

El efecto fue inmediato. Edmundo comenzó a visitar a Elsa cada vez más seguido. Ya no habían acompañantes. Pero las clases estaban por comenzar y el profesor debía volver a sus labores en el internado donde trabajaba. Le prometió a Elsa volver en Julio, para las vacaciones de medio año. Y así sucedió. 

Una semana antes de su regreso, Edmundo la llamó para avisarle que iría a verla. Pero esa cita jamás ocurrió. La mañana de aquel día, Yolanda, le pidió a Elsa que la acompañe a una fiesta patronal en el pueblo de Vito en Apurimac, debían ir por tierra y tomaría algunas horas. A pesar de ello,  Yolanda le prometió a Elsa llegar antes de las 5 de la tarde a Arequipa. Pero la fiesta estaba recién empezando a esa hora y no había como regresar. Edmundo llegó a la casona a ver a su chica pero ella no estaba. A esa hora, ella sólo podía lamentarse por haberlo plantado.

Pero al fin y al cabo, Elsa tuvo que regresar. Mercedes, su madre, le dijo que había llegado el profesor a verla el día anterior y que se fue sin pedir explicaciones. Tampoco las pidió al otro día, ni siquiera en los cuatro días siguientes pues no llamó ni volvió a buscarla. Elsa estaba contrariada. No pensaba que había sido para tanto pero al parecer, lo era. Con la certeza de que todo había terminado, salió a caminar hacia la Iglesia del Pilar y en el camino se cruzó con Gabina, la tía que había inaugurado recientemente su casa.

-Estoy preocupada, Elsa, los chicos están mal por algo que comieron en la fiesta. -confesó Gabina
-¿Los chicos? ¿Qué chicos? -preguntó Elsa confundida.
-Edmundo, el profesor y su primo Alfredo. ¿No sabías? -respondió Gabina.
-No, ¿qué les pasó? 
-Ayer los operaron del apéndice. ¡A los dos! -gritó Gabina
-¿En qué hospital están? -preguntó Elsa muy nerviosa
-En el Santa María -finalizó Gabina
-Gracias, tía, nos vemos -respondió Elsa mientras corría apresurada.

Elsa llegó al hospital y en la puerta recordó que no tenía idea de en qué cuarto estaba Edmundo o cómo podría ubicarlo. Pero nada  de eso importó. Elsa recorrió cuarto por cuarto hasta encontrarlo y cuando por fin dio con la habitación, entró sigilosa y llena de miedo y lo que encontró fue a Edmundo recostado con una bata blanca mirándola con rabia y a una mujer apoyada en la ventana que daba hacia la calle. Elsa miró a Edmundo y este volteó el rostro. Pasaron unos segundos. Edmundo giró y se dirigió a la mujer junto a la ventana:

-Ella es Elsa Aragón -dijo mientras trataba de incorporarse.
-Buenas tardes -dijo la mujer 
-Elsa, ella es Hortensia, mi madre. 

Él seguía fulminando a Elsa con gestos claros de molestia. Y ella acababa de conocer a la mamá del hombre al que había plantado. Todo eso era demasiado.

-Ojala te mejores. Yo ya me voy -dijo Elsa y salió presurosa de la habitación.



Tres días después, Edmundo llamó. 

-Nos vemos hoy a las cuatro en el parque Duhamel.

Elsa no tuvo tiempo ni de responder. Edmundo colgó y pasaron las horas. A las cuatro y diez, Elsa llegó y lo vio sentado con las piernas estiradas y mirando hacia los costados. Antes del saludo, Edmundo le reclamó y la culpó de su operación. Increíble. Según él, la cólera por el plantón había ocasionado el dolor en el apéndice. Elsa lo tomó con humor, tal vez sin darse cuenta lo hipocondríaco que podía resultar ser aquel profesor. Pero las cosas terminaron bien. Se amistaron ese mismo día y en ese mismo parque y con eso también llegó la despedida. Edmundo volvería a Lima con la promesa de regresar al siguiente año. Durante ese tiempo, ambos se llamaban y la distancia casi ni se sintió.

El procedimiento seguía siendo el mismo. Meses después volvieron a encontrarse en el parque Duhamel. Pero esa vez fue diferente. Edmundo estaba furioso pues estaba seguro que Elsa lo había engañado, que aquel hombre con el que la vio conversando el día anterior era su amante. En realidad se trataba de un tipo que llegó a su casa para dejar unos encargos para la tienda que Elsa manejaba junto a su madre. Los celos hace más de cincuenta años y ahora suelen ser los mismos. La discusión en aquel parque parecía no terminar. En total, estuvieron juntos desde las nueve de la mañana hasta la una de la tarde. Elsa no conseguía hacer entrar en razón a Edmundo, que en un momento de malestar, se levantó de la banca, tomó a Elsa de la mano y comenzó a caminar a toda prisa. Elsa lloraba desconcertada.  Llegaron a la casa de Edmundo en el barrio de Mariano Melgar. Entraron y sin perder un sólo instante, Edmundo la presentó con sus hermanas, que al igual que ella, no entendían nada. Cuando salieron, Elsa estaba furiosa.

-Se acabó todo, Edmundo. No te quiero volver a ver -gritó Elsa mientras se iba corriendo hasta su casa.

Cuando llegó, Mercedes no hacía más que disparar hacia su hija con preguntas y atiborrarla de abrazos. No había sabido de ella en muchas horas. Elsa sólo atinó a intentar distraerse en su máquina de coser. Pero el día no había terminado y a eso de las ocho de la noche, la puerta sonó. Era Edmundo. Mercedes, que no sabía nada, lo invitó a pasar y le pidió a Elsa que preparara café y galletas para ofrecer al invitado. Al cabo de unos minutos Elsa regresó a la sala; nerviosa, dejó las bandejas en la mesita de centro. Se sentó sin poder sostener todavía su asombro. Edmundo la miró por un segundo, regreso la vista hacia Mercedes y dijo:

-Señora, quiero casarme con Elsa.

La sorpresa invadió la sala. El rostro de Elsa era indescriptible. Estaba molesta pero quería, sabía que quería. Como su esposo había muerto años antes, Mercedes le dijo a Edmundo que debía hablar con Armando y Alfonso, los hermanos mayores de Elsa. Y así lo hizo. Al poco tiempo, sus cuñados lo comenzaron a tratar como a uno más y días después se oficializó la boda. 

Los directivos del internado donde trabajaba Edmundo, no permitían profesores casados. Pero eso no importó. Edmundo se escapó y cumplió su deseo, tanto como el de su novia, la chica del vestido verde que lo cautivó. Elsa y Edmundo se casaron en Lima hace 53 años y tanto en ese momento como hoy, 20 de marzo de 2014, discuten tanto o más que en el parque Duhamel pero con la certeza del amor inquebrantable, la familia y la más pura de las complicidades.





''Te dije muchas palabras de esas bonitas 
con que se arrullan los corazones 
pidiendo que me quisieras 
que convirtieras en realidades 
mis ilusiones. 
la luna que nos miraba 
ya hacía ratito 
se hizo un poquito desentendida 
y cuando la vi escondida 
me arrodille para besarte 
y así entregarte toda mi vida''




2 comentarios:

  1. Un saludo al profesor Reymer de parte de Felix Valdez, alumno suyo del colegio Winnetka. Pertenezco a la promoción 75.

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  2. Hola, que bueno que recuerde a mi abuelo. No sé si usted me podría contar de él como profesor, se lo agradecería mucho :)

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''Detrás está la gente''