26 de marzo de 2014

La lista de Schindler

Corría el año 1492, ese mismo en el que Colón descubrió América sin saber exactamente dónde estaba parado, y en España iba desmoronándose el último reino musulmán-español. Una de las consecuencias de esta caída fue el decreto de los flamantes Reyes Católicos que ordenaba la expulsión inmediata del territorio de todo judío que no quisiera convertirse al cristianismo. Se les llamó judíos sefardíes pues Sefarad es como se llama ''España'' en hebreo. No existen registros exactos de cuántos de ellos salieron del país. Pero lo que sí se sabe es que la mayoría emigró hacia Brasil, especialmente hacia Sao Paulo y Río de Janeiro.

Exactamente 522 años después, en 2014 y en pleno auge de tecnología y comunicación 2.0,  este tema vuelve a salir a escena sin que muchos se den cuenta lo que en realidad ocurre. Hace unos días empezó a desfilar por las redes sociales, y hasta fue rebotada por varios medios de comunicación peruanos, (sin que hasta ahora haya sido desmentida) una lista falsa de apellidos que se presentaban como el pasaje directo hacia España, hacia Europa, y no se trataba de un concurso para ganar pasajes, significaba nada más y nada menos de una oportunidad fácil de obtener la nacionalidad de española si es que tu apellido, mi apellido o el de cualquiera, aparecía en esa mágica lista sefardí. 

Todos estábamos listos para imprimir, ir al consulado y exigir la nacionalidad inmediatamente. Parecía que nuestros apellidos y el de todos nuestros amigos aparecía. Seríamos los próximos telespañolitos. Pero,ALTO. No todo podía ser tan maravilloso. Afortunadamente, no sólo los peruanos caímos. En Brasil, por ejemplo, donde la comunidad de judíos bordea los 110,000 seguidores, el rumor corrió como polvo y viento. Como ya se mencionó, la mayoría de judíos sefardíes de España y también de Portugal emigraron hacía ese país y es bastante común la sensación y conocimiento entre la población de que hay muchos fieles que podrían y de hecho estarían presentes en aquella lista. En Sao Paulo, precisamente en la Sinagoga Ohel Yaacov, el rabino Samy Pinto dice haber recibido a unas 100 familias que buscan reunir la información y documentación que se necesite para poder comprobar su ascendencia sefardí. Pero lo que explica Pinto muy acertadamente es que un 25% de esas solicitudes y visitas no llegan motivadas por la nostalgia característica de un judío sefardí y sus orígenes sino la ambición de conseguir un documento europeo que les permita circular o trabajar por España, abiertamente en el continente europeo para, tal vez, cambiar de vida.

Pero no todo es TAN MALO. Si algún auténtico judío sefardí está leyendo este humilde artículo, sería bueno que se entere, así como todos los demás incautos, que esta propuesta de otorgar la nacionalidad española a quienes lo merezcan es REAL y ha estado sobre la mesa como un proyecto de ley desde hace varios años a pesar que aún le falta ajustar detalles y pruebas del parlamento y por supuesto, de ser aceptada por completo, las nacionalidades no se regalarán como cupones sino que, como es de esperarse, aquellos quienes puedan certificar limpiamente por medio de documentos irrefutables su condición de judío sefardita serán los beneficiados. Así se refirió el mismísimo Ministerio de Justicia de España. El Rey Juan Carlos ya se ha referido sobre este tema señalándolo como un compromiso personal y su hijo, el Príncipe Felipe, lo secundó argumentando que se está tratando de resarcir un error histórico. Nada menos que 500 años. 






''Hace rato en la radio, en la tele 
me pudrieron a son y a merengue 
No me hagan poner arisco 
y no quiero ir al show de Don Francisco 

Y piensan 
los yanquis y los europeos 
somos un país bananero 
con palmeritas y calor. 

No me jodan más, no somos latinos''







Fuente: Diario El País de España.

20 de marzo de 2014

Elsa & Edmundo

Era un sábado de Febrero de hace más de 50 años. En Arequipa, donde tuvo lugar esta historia, llovía con elegancia. Era una lluvia fuerte y decidida, no una mediocre garúa tintineante como la de Lima. Era una lluvia arequipeña. Elsa, pegada a su máquina de coser, trataba de terminar un trabajo que le habían encargado. Los minutos pasaban y no había más tiempo. Elsa se apresuró en guardar hilos, telas, y botones, se ciñó en el vestido verde estampado que se había hecho ella misma y junto a Nati, su hermana y Mercedes, su madre, se encaminó hacia la fiesta de inauguración de la casa de la tía Gabina.

Al llegar, sonaban valses, la fiesta estaba a punto. Nati, que era la madrina, tiró de la cinta, rompió la botella de champagne y la casa se dio por inaugurada. Mercedes iba por ahí observándolo todo. Elsa conversaba con su amiga y tocaya Elsa Chávez.

-¿Quiénes han venido? -preguntó Elsa, mientras tomaba de su copa de champagne.
-Están mis amigas del barrio, el director del colegio Winetka de Lima, que es el padrino y un profesor más -respondió su amiga.
-¿Cómo se llama? -volvió a preguntar Elsa.
-No sé su nombre. Es ese de ahí -dijo Elsa Chávez señalando hacia una esquina.

El profesor del que hablaba era un hombre de unos treinta años, serio, enternado y con mirada taciturna. Sostenía una copa de champagne con una mano y la otra la tenía guardada en el bolsillo de su pantalón. Miraba a Elsa fijamente desde que entró a la casa, pero no a Elsa Chavez, no, sino a la otra, a aquella mujer de pelo corto, negro profundo y el vestido verde hipnotizante.

El momento del saludo llegó. Elsa, junto a su madre y su hermana, se acercó donde su otra tía, Elvira, que estaba casualmente parada junto al profesor del que no podía desprender la mirada. Elsa lo saludó como a uno más. Bastaron algunas pestañeadas más para que aquel serio hombre la sacara a bailar. Elsa aceptó y caminaron hacia el centro de la sala mientras empezaba a sonar un pasodoble. Ella bailaba muy bien y se movía casi como un trompo. Él, por el contrario, selló aquella primera impresión con un pisotón que hizo reír a Elsa.

-¿Cómo te llamas? -preguntó el profesor sin dejar de mirarla.
-Elsa Aragón. ¿Y tú? -respondió la belleza del vestido verde ceñido.
-Reymer -alcanzó a decir el profesor escuetamente.
-¿Ese es tu nombre o tu apellido? -contestó Elsa 
-No, es mi apellido. Me llamo Edmundo... Edmundo Reymer Vásquez-respondió el profesor al dejar por completo su anonimato.

El baile terminó pero Edmundo no se apartó de Elsa y justo antes de despedirse, le preguntó si podía visitarla en su casa al día siguiente. Elsa asintió sorprendida. No hacía falta intercambiar direcciones. Edmundo sabía donde vivía. Él ya la conocía desde antes, sabía, por ejemplo que le gustaba ir al cine y que conversaba con frecuencia con un joven en la esquina de su casa. Un mollendino, al parecer. Edmundo ya la había visto y había quedado completamente prendido. El baile fue sólo el comienzo.

 Al otro día, Elsa les había contado a Yolanda y Sonia, sus amigas y vecinas, que un profesor que conoció en la fiesta la visitaría; y ahí estaban ellas prendidas de la ventana de la casa contigua a ver si era cierto, a ver qué tal era el profe. Y así fue, a las tres en punto de la tarde, Edmundo tocó la puerta de aquella casona de la Avenida Cuarto Centenario cerca a la Iglesia del Pilar. Protocolo y mucha mirada. Elsa parecía nerviosa y Edmundo más tenso de lo normal. Así que para calmar ánimos y romper barreras, Nati, la hermana mayor de Elsa sugirió un plan que no podía tener error: ir al cine. Así pues, se encaminaron hacia el viejo cine Ateneo a ver la película mexicana de moda. 

El efecto fue inmediato. Edmundo comenzó a visitar a Elsa cada vez más seguido. Ya no habían acompañantes. Pero las clases estaban por comenzar y el profesor debía volver a sus labores en el internado donde trabajaba. Le prometió a Elsa volver en Julio, para las vacaciones de medio año. Y así sucedió. 

Una semana antes de su regreso, Edmundo la llamó para avisarle que iría a verla. Pero esa cita jamás ocurrió. La mañana de aquel día, Yolanda, le pidió a Elsa que la acompañe a una fiesta patronal en el pueblo de Vito en Apurimac, debían ir por tierra y tomaría algunas horas. A pesar de ello,  Yolanda le prometió a Elsa llegar antes de las 5 de la tarde a Arequipa. Pero la fiesta estaba recién empezando a esa hora y no había como regresar. Edmundo llegó a la casona a ver a su chica pero ella no estaba. A esa hora, ella sólo podía lamentarse por haberlo plantado.

Pero al fin y al cabo, Elsa tuvo que regresar. Mercedes, su madre, le dijo que había llegado el profesor a verla el día anterior y que se fue sin pedir explicaciones. Tampoco las pidió al otro día, ni siquiera en los cuatro días siguientes pues no llamó ni volvió a buscarla. Elsa estaba contrariada. No pensaba que había sido para tanto pero al parecer, lo era. Con la certeza de que todo había terminado, salió a caminar hacia la Iglesia del Pilar y en el camino se cruzó con Gabina, la tía que había inaugurado recientemente su casa.

-Estoy preocupada, Elsa, los chicos están mal por algo que comieron en la fiesta. -confesó Gabina
-¿Los chicos? ¿Qué chicos? -preguntó Elsa confundida.
-Edmundo, el profesor y su primo Alfredo. ¿No sabías? -respondió Gabina.
-No, ¿qué les pasó? 
-Ayer los operaron del apéndice. ¡A los dos! -gritó Gabina
-¿En qué hospital están? -preguntó Elsa muy nerviosa
-En el Santa María -finalizó Gabina
-Gracias, tía, nos vemos -respondió Elsa mientras corría apresurada.

Elsa llegó al hospital y en la puerta recordó que no tenía idea de en qué cuarto estaba Edmundo o cómo podría ubicarlo. Pero nada  de eso importó. Elsa recorrió cuarto por cuarto hasta encontrarlo y cuando por fin dio con la habitación, entró sigilosa y llena de miedo y lo que encontró fue a Edmundo recostado con una bata blanca mirándola con rabia y a una mujer apoyada en la ventana que daba hacia la calle. Elsa miró a Edmundo y este volteó el rostro. Pasaron unos segundos. Edmundo giró y se dirigió a la mujer junto a la ventana:

-Ella es Elsa Aragón -dijo mientras trataba de incorporarse.
-Buenas tardes -dijo la mujer 
-Elsa, ella es Hortensia, mi madre. 

Él seguía fulminando a Elsa con gestos claros de molestia. Y ella acababa de conocer a la mamá del hombre al que había plantado. Todo eso era demasiado.

-Ojala te mejores. Yo ya me voy -dijo Elsa y salió presurosa de la habitación.



Tres días después, Edmundo llamó. 

-Nos vemos hoy a las cuatro en el parque Duhamel.

Elsa no tuvo tiempo ni de responder. Edmundo colgó y pasaron las horas. A las cuatro y diez, Elsa llegó y lo vio sentado con las piernas estiradas y mirando hacia los costados. Antes del saludo, Edmundo le reclamó y la culpó de su operación. Increíble. Según él, la cólera por el plantón había ocasionado el dolor en el apéndice. Elsa lo tomó con humor, tal vez sin darse cuenta lo hipocondríaco que podía resultar ser aquel profesor. Pero las cosas terminaron bien. Se amistaron ese mismo día y en ese mismo parque y con eso también llegó la despedida. Edmundo volvería a Lima con la promesa de regresar al siguiente año. Durante ese tiempo, ambos se llamaban y la distancia casi ni se sintió.

El procedimiento seguía siendo el mismo. Meses después volvieron a encontrarse en el parque Duhamel. Pero esa vez fue diferente. Edmundo estaba furioso pues estaba seguro que Elsa lo había engañado, que aquel hombre con el que la vio conversando el día anterior era su amante. En realidad se trataba de un tipo que llegó a su casa para dejar unos encargos para la tienda que Elsa manejaba junto a su madre. Los celos hace más de cincuenta años y ahora suelen ser los mismos. La discusión en aquel parque parecía no terminar. En total, estuvieron juntos desde las nueve de la mañana hasta la una de la tarde. Elsa no conseguía hacer entrar en razón a Edmundo, que en un momento de malestar, se levantó de la banca, tomó a Elsa de la mano y comenzó a caminar a toda prisa. Elsa lloraba desconcertada.  Llegaron a la casa de Edmundo en el barrio de Mariano Melgar. Entraron y sin perder un sólo instante, Edmundo la presentó con sus hermanas, que al igual que ella, no entendían nada. Cuando salieron, Elsa estaba furiosa.

-Se acabó todo, Edmundo. No te quiero volver a ver -gritó Elsa mientras se iba corriendo hasta su casa.

Cuando llegó, Mercedes no hacía más que disparar hacia su hija con preguntas y atiborrarla de abrazos. No había sabido de ella en muchas horas. Elsa sólo atinó a intentar distraerse en su máquina de coser. Pero el día no había terminado y a eso de las ocho de la noche, la puerta sonó. Era Edmundo. Mercedes, que no sabía nada, lo invitó a pasar y le pidió a Elsa que preparara café y galletas para ofrecer al invitado. Al cabo de unos minutos Elsa regresó a la sala; nerviosa, dejó las bandejas en la mesita de centro. Se sentó sin poder sostener todavía su asombro. Edmundo la miró por un segundo, regreso la vista hacia Mercedes y dijo:

-Señora, quiero casarme con Elsa.

La sorpresa invadió la sala. El rostro de Elsa era indescriptible. Estaba molesta pero quería, sabía que quería. Como su esposo había muerto años antes, Mercedes le dijo a Edmundo que debía hablar con Armando y Alfonso, los hermanos mayores de Elsa. Y así lo hizo. Al poco tiempo, sus cuñados lo comenzaron a tratar como a uno más y días después se oficializó la boda. 

Los directivos del internado donde trabajaba Edmundo, no permitían profesores casados. Pero eso no importó. Edmundo se escapó y cumplió su deseo, tanto como el de su novia, la chica del vestido verde que lo cautivó. Elsa y Edmundo se casaron en Lima hace 53 años y tanto en ese momento como hoy, 20 de marzo de 2014, discuten tanto o más que en el parque Duhamel pero con la certeza del amor inquebrantable, la familia y la más pura de las complicidades.





''Te dije muchas palabras de esas bonitas 
con que se arrullan los corazones 
pidiendo que me quisieras 
que convirtieras en realidades 
mis ilusiones. 
la luna que nos miraba 
ya hacía ratito 
se hizo un poquito desentendida 
y cuando la vi escondida 
me arrodille para besarte 
y así entregarte toda mi vida''




12 de marzo de 2014

Fantasmas que no han muerto

Hace poco leí el tweet de un amigo que decía esto:



''Que existan personas desaparecidas
es una de las cosas más tristes del mundo''


Me detuve en ese texto porque me recordó lo que me dijo otra persona con respecto a ese mismo tema. Esa persona me dijo que sea consciente de lo que significaba verdaderamente la palabra ''desaparecer'' y piense si en realidad ese término puede ser aplicado a una persona o varias sin que resulte absurdo y triste.

Desaparecer significa esfumarse, dejar de ser perceptible, extinguirse, dejar de existir, dejar de estar presente. ¿No suena acaso espeluznante? ¿Cómo diablos una persona, que sin ser declarada muerta, puede simplemente esfumarse? Serían ejemplos de preguntas que deberían responder desde las varias dictaduras latinoamericanas/europeas responsables de tanta ''desaparición'' intencionada hasta las personas que son capaces de sostener todo equilibrio y esperanza en un aviso en el diario describiendo ropas, enfermedades y demás detalles sobre alguien que también, repentinamente, desapareció. 
Es escalofriante sólo pensarlo.

Cuando leí el tweet de mi amigo y lo asocié al significado de la palabra desaparecer y desaparecidos, mi cabeza simplemente voló. Imaginé a todos esas madres argentinas en plena Plaza de Mayo, en los padres del Mayor Bazán, en quienes no vieron más al abuelo, a la abuela, a la tía, al hermano. Pensé en mí y me estremecí. Imaginé a los desaparecidos como estrellas vagabundas más terrestres que celestiales, sin saber qué hacer, esperando y muy a la deriva. ¿Cómo pudo volverse tan normal usar semejante término? 

Tratar de calcular cuánto tiempo dura la esperanza y distancia entre la posible muerte, la posible ''re-existencia'' de quien sea que haya dejado de existir en el lugar donde siempre estuvo es improbable. La paciencia de todos aquellos que esperan encontrar, quienes sean, es más real y admirable que la posibilidad de que un ser querido se haya simplemente esfumado. Aguanten ahí. Sostenganse fuerte.






''Yo llevo en el cuerpo un dolor
que no me deja respirar
llevo en el cuerpo una condena
que siempre me echa a caminar''










6 de marzo de 2014

Yo quiero ser una chica Almodóvar

La primera vez que estuve en un taller de teatro fue cuando tenia 11 años. Estaba en el colegio y me inscribí en ese taller porque el atletismo no era lo mío. Ni lo es. Definitivamente. Así que puse mi firmita inocente de niña en un papel y tenía que presentarme en el auditorio del colegio el siguiente lunes a las 4 de la tarde. Cuando llegó ese día, estaba muy nerviosa porque ya todos se conocían, el taller había empezado cuatro meses antes y yo me convertí en ''la nueva''. 

No eramos muchos, sólo siete personas: cuatro niñas y tres niños. Hacíamos ejercicios de improvisación que fueron los que más me gustaron. Intentábamos cambiar nuestras voces, mirarnos fijo entre nosotros sin reírnos, hacer monólogos y mientras todo eso pasaba, en la ultima media hora de cada clase, ensayábamos para presentar una obra de Navidad para la clausura del año escolar. Me sorprendí cuando mi profesor me dio el papel que más diálogo tenía junto al del protagonista. No me pareció justo porque de todos, yo era la que menos tiempo tenía haciendo el taller pero alimentó mi ego infantil increíblemente. No lo voy a negar.

Entonces un 20 de diciembre, estaba yo leyendo mi texto frente al espejo del baño del colegio mientras mis amigas y compañeras de salón se arreglaban para presentar un baile. Me sentí un poco diferente a ellas, a pesar que a mi también me gustaba bailar. Pero me emocionaba mucho más salir a actuar por primera vez. 

Cuando ya faltaba poco para empezar, fuimos caminando con todos los chicos del taller por detrás del escenario hasta llegar a un lugar en que no nos veía nadie. El profesor nos dijo que teníamos que estar tranquilos, que nos estábamos divirtiendo y casi sin darme cuenta, grité: ¡MIERDA! junto a todos y me sonroje un poco. ¡Tenía 11 años!

La segunda vez que estuve en un taller de teatro fue cuando tenía 12 años. Fue en el Museo de la Nación durante las vacaciones de verano antes de empezar la secundaria. La mayoría de los alumnos eran menores que yo pero aún así lo disfruté. Hicimos ejercicios diferentes. Usábamos mas el cuerpo y tratábamos de conectarlo directamente con la voz. Aprendí muchísimo.

Luego lo dejé por completo. Alguna vez, cuando tenía 16 años, pensé en estudiar teatro como carrera pero me desanimé por miedo. No me pareció un respaldo importante. Todavía estoy tratando de decidir si eso fue un error o no porque finalmente decidí estudiar periodismo y no me arrepiento. Aunque el teatro siempre fue una asignatura pendiente. 

El año pasado, estando en Madrid, decidí que cuando regresara a Lima empezaría proyectos propios, haría cosas que dejé de hacer. En resumen, me liberaría un poco más de lo que ya estaba. Entonces pasó. Unas semanas después de regresar, vi que en marzo empezaba un taller de teatro con Paul Vega en el Instituto Italiano de Cultura coordinado por La Plaza. Pensé en la universidad, en los horarios y todo eso. Pero terminé diciéndome que esta era la oportunidad, que si no lo hacía ahora no lo haría nunca. Y me inscribí.

Ya tuve dos clases y estoy estudiando un texto para la tercera clase. Haré mi primera escena y me intriga y emociona al mismo tiempo. No sé si quiera llegar a ser una actriz conocida o algo así. Lo único que sé es que, como dijo una mujer madre de familia de cuarenta años en este mismo taller, NUNCA ES TARDE PARA EMPEZAR A HACER LO QUE TE GUSTA. Aún si sólo tengo 21 años y lo aplacé por un buen tiempo. Ya era hora.




''Yo quiero ser una chica Almodóvar (...)
y no parar de viajar del invierno al verano,
de madrid a new york, del abrazo al olvido,
dejarte entre tinieblas escuchando un ruido
de tacones lejanos''