6 de diciembre de 2012

De vez en cuando la vida y casi la muerte


La luz que entra por la ventana casi la ciega y mientras intenta cubrirse los ojos con su mano derecha, reconoce lo tétrico de ese lugar: el polvo, el olor, la vista, los colores de la habitación.  No hay flores a su costado, tampoco un teléfono, sólo una absurda división entre ella y alguien igual o peor.

Habiendo logrado distraer al sol y a la empeñosa luz que la torturaba, comienza a preocuparse por esas 4 personas que la esperan. Pero no piensa en ella, jamás ha pensado en ella.

Entonces, como es su método, canaliza todas sus preocupaciones y las tiende en un punto fijo a donde ella se dirige con sus ojos y el cuerpo en horizontal, frunce el ceño y le brotan gestos de dolor en todo el rostro. Pero no llora.

Sus párpados son las persianas que la ventana del costado no tiene. Y van cayendo, entrando en ese curioso trance en que nos introducimos todos cuando estamos entre dormidos y despiertos. Estando profundamente dormidos pero a la expectativa de abrir los ojos al menor sonido o movimiento de una pelusa.  Su cabeza está inclinada sobre la almohada y ella al borde, como siempre. Decide dejarse ir y empezar a dormir.

Pero dos personas con batas percudidas se acercan. Edna abre un poco los ojos hasta que puede ver a dos borrosos hombres con esas mismas batas percudidas que la miran con resignación, como un perro al borde del sacrificio, como cualquier cosa, como un descartable inminente.

No había mucho por hacer y así, con el desprecio que caracteriza a lo público en este país, ambos señores mandaron a Edna a su casa. Una patraña disfrazada. Que muera en su casa, que en esas cuatro paredes las oportunidades se anulan, que una vida no vale un esfuerzo.
Así, Edna regresó a su casa al lado de sus hijos, su esposo y su hermana, aquellos que tal vez si creían en posibilidades. Dos hijos adolescentes, un esposo casi ausente, una hermana enferma. Su vida, sus ganas. No quería regresar a aquel cubo de hielo que había prometido ser su salvación, de ese lugar se salía, irónicamente, si querías vivir.

Edna no quiso volver y cumplió. De ella jamás nadie se ocupó demasiado y si se iba envenenando más o no, aquello terminaría siendo una pena más de esas que tanto guarda. Nunca supo más. Pero semanas después, ya no de día sino de noche, estando Edna acostada, vislumbró una figura inmaculada, intocable, divina: una virgen. Su nombre: Fátima. Una mujer de piel fosforescente que se lanzó sobre ella atosigándola de tranquilidad y alivio. Edna gritó con lágrimas en los ojos. ¡Jassiel! ¡Jassiel! Le gritaba a su hijo, que corriendo llegó hasta su madre y la vio acostada, al borde como siempre, siempre al borde con los abrazos abiertos y con apariencia de haber recibido un gran peso sobre ella.


Un milagro, coacción de la mente, un sueño, destino o azar. Edna no regresó más a ese tétrico lugar, a ese in-hospital y aquel cáncer salió de su cuerpo por ese momento y para siempre.
Lo que sea que haya pasado, pasó.




"Si en el firmamento poder yo tuviera, 
esta noche negra lo mismo que un pozo, 
con un cuchillito de luna lunera, 
cortaría los hierros de tu calabozo. 
Si yo fuera reina de la luz del día, 
del viento y del mar, 
cordeles de esclava yo me ceñiría 
por tu libertad"


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