4 de abril de 2013

Tiempos de Santiago


Siempre pensé que el festival de Viña del Mar resumía perfectamente lo que eran los chilenos: atorrantes, mala gente, alucinados y con un acento muy peculiar y contagiaste. Mi lado "opinólogo" falló, como suele pasar, y  una vez salí del Aeropuerto SCL de Santiago me di cuenta que todo, salvo lo último (aquel tema del acento), era mentira. Al menos a mi percepción. Como siempre, todo es debatible.

Lo primero que noté al salir del Aeropuerto fue la gran cantidad de árboles y campos verdes a su alrededor, cosas que son bonitas de ver en el camino al centro de la ciudad. Todo ello, a diferencia del Aeropuerto de Lima, en donde a solo unos pasos del verdadero suelo peruano vemos ya el concreto, el caos de la urbe y no pienso que esté mal porque creo que eso es lo que nos define como ciudad: el necesitar todo rápido. ¿Por qué buscaríamos campos y viñas si la celeridad es lo que los limeños queremos? Primera gran diferencia.

Mientras escribo estoy voy dándome cuenta que este texto es una potencial comparación inevitable entre ambas ciudades: Lima y Santiago. Creo que ya hay demasiada polémica sobre este tema para que yo, desde este humildísimo espacio, contribuya más a ello. Mi experiencia fue en Chile. Y si empiezan las comparaciones sin siquiera ser nombradas, es tal vez porque ellos andan haciendo bien algo que nosotros no o viceversa.


Cuando estaba en la camioneta camino a mi hotel empecé a ver las calles de Santiago. Era viernes pero parecía domingo. O sea, ese día tenía aspecto de domingo, ustedes saben a qué me refiero. Había sol pero no se sentía calor y la gente estaba muy abrigada. Aquí habría que hacer una aclaración o más bien un contraste, había pocas personas caminando y muchas en bicicleta. A cualquier lugar donde volteaba había una ciclo vía con mínimo 5 personas en bicicleta. Fue una linda postal teniendo en cuenta lo desoladas que lucían las pistas pues según Rodrigo, el guía, unos 500 000 vehículos habían buscado verano, playa y arena en Viña del Mar por la Semana Santa.

Era de noche y el destino fijo a visitar se vaya donde se vaya, es la Plaza de Armas. Yo imaginé algo mejor. Pero la plaza de Santiago es bastante simple, es chica y no hay mucha gente. Pero la Catedral, ubicada ahí mismo, es otra cosa. Es más, la agregaré a la lista de "sitios donde probablemente me casaré". Volviendo a pisar o leer realidad, puedo hablar sobre la cantidad de peruanos sentados al lado de la iglesia en una especie de relieve sobre la pared. Ahí, exactamente al frente de casas de cambio de dinero, estaban mis compatriotas. Creo que es fácil reconocer alguien que es como tú. Creo que es, incluso más fácil reconocerlo  en otro lugar. Podía voltear y ver mi país. Como Dios, estamos en todos lados y con una de las mejores cosas que tenemos: la comida. Así como en el Jirón de la Unión hay que levantar un poco la cabeza para encontrar un sex shop en el segundo piso de las galerías, en Santiago había que alzar un poco la mirada para ver un letrero que llama diciendo "Auténtica comida peruana". En vista de la casi inexistente venta de comida típica chilena en Semana Santa en pleno Santiago, entré a "Ají Seco", un exitoso restaurante de comida peruana. El resultado: un vuelo de regreso rápido, directo y sin escalas de tan solo 3 segundos a Lima. O sea, lo que me tomo atravesar la puerta.

El sábado en la mañana empezó con el cambio de guardia en el Palacio de la Moneda. Confieso que fue de lo que más me gustó. Ese espectáculo se prepara desde cuadras antes de la casa de gobierno con la llegada de una banda completa, caballos y muchos carabineros. Ahí me di cuenta que los chilenos tienen cara de chilenos, uno lo nota. ¿Se me entiende? La siguiente parada fue el cerro Santa Lucía, el último lugar donde los indios mapuches se atrincheraron en contra de los españoles, un mirador en el que puedes tener  Santiago a tus pies. Magistral.

Eso fue lo interesante del tour. Lo espectacular lo descubrí sin necesidad de un guía y todo gracias a la búsqueda incesante de un adaptador de corriente. Caminar por Santiago es lindo, las personas son amables y jamás te miran mal. Ese día era sábado y había una marcha por el respeto a la comunidad gay en el Parque Forestal frente al Mercado Central (tal como imaginan el de Lima). Debo decir que jamás encontré el adaptador pero sí hallé otras nuevas cosas: librerías-café y bebés, muchos bebés. Creo que hay una epidemia.

Entonces llegó la noche. Por fin. Después de comer en el mall Parque Arauco (donde Gastón Acurio tiene 2 restaurantes totalmente llenos, yo digo: Gastó está loco) no podía dejar de mover los pies aceleradamente porque quería conocer qué de bueno traía la movida nocturna en ese país casi enemigo. Bellavista fue la parada que la mesera peruana del restaurante donde estaba me recomendó. Y así fue y fui. Bellavista es una calle de dos sentidos atestada de pubs, discotecas y bares donde puedes bailar reggaetón, escuchar una banda de rock en vivo o simplemente sentarte a esperar al indicado, creo. Yo sólo me detuve en dos lugares: un pub con concierto y una reggae-discoteca. En el primero tomé pisco sour chileno y escuché canciones de rock chileno, muy turístico. En el segundo lugar bailé reggae, un jamaiquino me sacó a bailar, lo rechacé y salí bajo la atenta mirada del vigilante que me había detenido unos 5 minutos mientras yo le explicaba que era mayor, que era extranjera y que podía enseñarle mi DNI peruano en ese preciso momento.

Así fueron terminando mis días en Santiago. Los disfruté. Es una ciudad que me gustó desde que pisé fuera del aeropuerto y que recomiendo al cien por cien. Todos los prejuicios que tenía sobre los chilenos, al menos con esta experiencia y bajo mi propia vista, desaparecieron. ¡Gracias, Viña!

Como disculpas a mi ignorancia con respecto a este país, estas son las formas en que me calló la boca.

1. La amabilidad de la gente de Santiago me impresionó. No había una sola persona a la que le preguntará algo, lo que sea, cualquier cosa, y me respondiera mal. Todos parecían dispuestos a ayudar.

2. Absoluto respeto por los peruanos que los respetan. Cada persona a la que decía ser peruana, respondía preguntando sobre el país y diciendo lo lindo que era. Claro, si un chileno viene a Lima y hace desastres todos lo crucificamos. Imaginen al revés. El respeto es un boomerang eterno.

3. Las chilenas me parecieron chicas muy lindas físicamente, igual que los chicos.

4. Contar dinero chileno fue una de las cosas más difíciles. Sólo diciendo que con 1000 pesos no se hace nada, espero que me entiendan.

5. Las tapas rojas de las botellas de agua quieren decir SIN GAS; las azules, CON GAS.

6. El pisco sour chileno me gustó a pesar que su más importante componente es 100% peruano. Lo hacen a su estilo. ¿Es lo que acabo de comentar considerado traición a la patria?

7. Y diciendo algo un poco más importante, Chile por completo debe ser un país hermoso, seguramente. Pero Santiago es bellísimo.


"¡Qué vivan los estudiantes, jardín de nuestra alegría
Son aves que no se asustan de animal ni policía
Y no le asustan las balas ni el ladrar de la jauría
Caramba y zamba la cosa, qué viva la astronomía!"


"Antes que yo me vaya desvaneciendo 
te iré diciendo cómo es el mundo que se 
ha creado por remolinos enamorados"





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