30 de julio de 2014

Nunca jamás

Acabo de arreglar mi escritorio nuevo y hace dos minutos comí cuatro galletas de coco. Todo eso después de que mi mamá me dio una limonada. Creo que fueron diez minutos desde que ella entró a mi cuarto y unas cinco horas después de haber estado echada en su cama. A veces, en la tarde, mi mamá, mi hermano y yo dormimos tapados con una frazada de polar que tiene un oso panda. Durante esos minutos soñolientos de tardecita es que me doy cuenta que ese calor que empiezo a sentir en los pies y la sensación de comodidad de mi cabeza sobre la almohada, con una mano en la cabeza de mi hermano y la otra en un medio abrazo a mi madre me hacen pensar en lo siguiente: no sé si estoy preparada para crecer.

Eso de aferrarme a las cosas es muy mío. Lo cierto es que lo he disminuido un poco a raíz de experiencias en los últimos dos años, si he de ser especifica. Pero aunque he tratado de dosificar esos impulsos inconscientes -lo juro- de hacerle espacio a todo y a todos, hay algo con lo que eso de madurar y hacerme independiente -en el sentido más cliché de la palabra- no va conmigo. Y es porque no quiero.

Todavía cuando viajo extraño a mis padres al punto de querer regresar. No estoy preparada para perder a ningún miembro de mi familia. Es como decir: ¿está usted listo para despedirse de alguna de su extremidades o articulaciones? Que suene esto enfermizo es un tema a aparte, discutible y hasta me hace querer borrarlo. Pero es la verdad. No quiero crecer si eso significa no ver a mis padres y a mi hermano todos los días. No quiero crecer si no puedo tomar la leche -aún a mis veintiún años lo sigo haciendo- con mis abuelos mientras vemos tele. No quiero crecer si ser ''grande'' significa ir dejando de sentir poco a poco el calorcito en mis pies y el olor de mi mamá cuando la abrazo mientras dormimos tapadas con la frazada de oso panda. No quiero crecer nunca jamás y me gustaría poner mis propias condiciones. Y esto es una utopía. Cierro los ojos. Quiero tener veintiuno y ser a veces una niña.






''Pero, ¿quién es quien le pone puertas al monte? 
No pases pena, 
que antes que lleguen los perros, será un buen hombre 
el que la encuentre 
y la cuide hasta que lleguen mejores días. 
Sin utopía 
la vida sería un ensayo para la muerte''





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''Detrás está la gente''