21 de agosto de 2014

Pongamos que hablo de Madrid

No poder pasar ni un día sin pensar en Madrid es algo que me persigue desde el momento que regresé. Todas las fotos, videos y recuerdos me parecen de hace mucho tiempo, me cuesta estar segura de que todo lo vivido, lo viví precisamente yo y nadie más. ¿Cómo se puede tener la capacidad de ver, hacer y sentir tantas cosas en tan poco tiempo? Todavía no me lo puedo explicar. Los recuerdos, como diría Soledad, me parecen de otras vidas. No me arrepiento de nada… tal vez solo de irme.


Y es raro, por ejemplo, no entrar en pijama a la universidad después de haber pospuesto la alarma unas cuatro veces, tomar desayuno parada y correr hacia al bus. También es raro no pensar durante las clases en quitar la ropa del tendero porque en el diario han dicho que va a llover, no ir a hacer la compra los lunes en la mañana, elegir qué prendas lavar y cuáles no, pensar en el almuerzo, en pagar la luz y el agua. No sentir más la luz del sol estallándome en la cara en un asiento del bus 519 que atraviesa la Avenida Príncipe de Asturias hasta la UEM escuchando un flamenco medio moderno que  el conductor tararea de vez en cuando. Peor aún, no cerrarse bien el abrigo o acomodarse la bufanda y el pelo porque se viene lo bueno: el 518. No quiero olvidarme de las paradas para no despegarme totalmente de esa ruta feliz. Príncipe de Asturias, Castillo de Villaviciosa, Campodón, Alcorcón, San Martín de Valdeiglesias, Batán, Campamento, Paseo de Extremadura, Príncipe Pío, ramal hacia Opera… caminar hasta Sol.

Es triste no estar con la que se volvió mi gente. Que no haya más un viernes de encuentro en el oso de Sol, unos tragos en O'Connells y después a lo que venga. Que no haya más un viaje de carretera. No estar en un Starbucks planeando un itinerario parisino mientras las luces de la Plaza de España se mezclan con las de Gran Vía. La brisa de los domingos en la mañana antes de subir al metro. El tinto de verano, las tapas, los montaditos, las señoritas de Montera, los locos de Plaza Mayor, los botes de Retiro, las caminatas en Vallecas, la canción del Mercadona, el búho, los caballos de Villaviciosa, los bostezos en la UEM, la puerta del hotel Carlos V, la puerta del Petit Palace, las caminatas borrachas por Gran Vía, todas las risas y todos los recuerdos. Todo lo cursi que es extrañar un lugar que, por más empalagoso que suene, se metió en la piel. 

Ahora no sé si podría volver a Madrid… al menos no como turista. Es como una auto amenaza mental cada vez que extraño esa ciudad: Si voy, no regreso. Tengo pocas cosas tan claras como eso que acabo de decir. Simplemente lo sé y lo siento. Y aunque amo Lima por ser el lugar donde nací, en ningún lugar he sentido la libertad interna y externa que en Madrid sentí siempre. Hace un año que me fui. Y ahora siento que esos meses fueron algo así como un cuento con acento español y manchado de tinto de verano. Pero eso, un cuento. Hace un año que descubrí esa ciudad ''con su todo es ahora y su nada es eterno''.




''... pero siempre hay un barco que naufraga en Madrid,
pero siempre hay un sueño que despierta en Madrid,
pero siempre hay un vuelo de regreso a Madrid.
Yo me bajo en Atocha''


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''Detrás está la gente''